Por: Fernanda Valdés
En la redacción, como en la mayoría de los rincones de México estos días, hablamos con frecuencia de lo mucho que nos llena de rabia sabernos en un país en el que la violencia contra las mujeres se manifiesta de las maneras más atroces. Somos un equipo en el que hombres y mujeres tenemos las mismas funciones y nos respetamos por igual, ese es sin duda un privilegio.
La mayor parte del tiempo, somos cinco (incluyendo a mi hija), las mujeres que estamos ahí, que compartimos a diario nuestra vida y nuestras historias desde las diferencias que existen entre nosotras y desde el miedo también, que ahora sentimos y lamentablemente solemos compartir.
En el discurso, vivimos en la era de las libertades: de los accesos, de las brechas disueltas, pero la libertad no existe cuando existe miedo, cuando aquello de lo que nos apropiamos como espacios para expresar quienes somos: nuestro cuerpo, nuestra imagen, la tecnología, están coptados por mecanismos violentos que sistemáticamente hacen de esas manifestaciones de nuestra individualidad, tierra fértil, alimento para los señalamientos, apologías para la impunidad y la ineficiencia y más grave aún, la justificación perfecta para quienes pudiendo (al menos intentar) ser justos, deciden ser indiferentes.
Esta es la segunda versión que escribo de este texto, en la primera hablaba de que Darwin tenía razón y de que finalmente, nuestra especie, tendría que adaptarse a su contexto para fortalecerse, evolucionar y sobrevivir.
Pero hoy después de comer salimos por helado y en botas, sandalias, tenis y tacones, cruzamos la calle cuatro personas en quienes reconozco mujeres inteligentes, independientes, trabajadoras, profesionales, amorosas, comprometidas, valientes, que lo mismo que hoy eligieron un sabor diferente en el helado, han elegido vivir de una forma distinta, pero absolutamente digna, su vida.
Entonces no pude seguir escribiendo sobre lo necesario que es ser más precavidas y entender la realidad en la que vivimos, y adaptarnos para no morir, porque crecer con miedo no es evolucionar, porque los toques de queda no hacen más fuertes a las especies, porque enjaular un ser vivo para que no le pase nada, lo disminuye, no lo hace más apto para la supervivencia.
En México, la buena voluntad se queda corta, las instituciones mucho más, no hay precaución ni acto de valor que garanticen nuestra seguridad.
Entonces la ciencia se queda sin explicaciones suficientes y recurrir a la fe solo por protección no nos alcanza, cuando pareciera que salir de casa y regresar completas, tengamos siete, o 25 o 70 años, podría más bien ser un milagro, de eso también nos ha despojado el sistema fallido en el que vivimos y del que sí, somos víctimas.
Menta con chocolate, coco y arándano, taro, napolitano, elegíamos entre opciones mientras el niño de unos seis años, tarjeta bancaria en mano y que apenas alcanzaba el mostrador, ayudaba a su hermana menor a elegir la paleta más rica.
Ellos no sintieron miedo, lo sentí yo, miedo de verles pequeños, frágiles, indefensos, vulnerables, miedo de pensar en que su mamá les esperaba confiada en el auto, mientras en segundos, podrían desaparecer para siempre sus hijos, miedo de ser yo, la mamá que confiaba y que pudiera ser mi hija quien desapareciera, los niños, en cambio, solo estaban siendo felices. Esa libertad – tan valiosa- es la que nos están robando.
#NiUnaMenos