Por Lupita Mejía.
Supongamos que existe un creador artístico –de cualquier rama y época histórica, no tiene importancia- el cual se mantiene en un pedestal de prestigio innegable, derivado de la obra que produce constantemente. Él o ella –de cualquier género, no tiene importancia- pertenece a un círculo inamovible que le permite gozar de distintos beneficios sean económicos o de popularidad; a este personaje mentalmente delineado y querido por una comunidad imaginaria, se le acusa de algún crimen penado por la ley –de cualquier categoría, no tiene importancia- por lo tanto, surgirán opiniones divididas: ¿es válido juzgar únicamente a la obra o también al creador?
La línea de pensamiento artística constantemente silencia al autor, se privilegia el producto final y evita crear prejuicios contra el creador: el recurso del anonimato servía como un método eficaz para dar a conocer una obra y juzgarla por el contenido no el origen, sin embargo, con un posicionamiento adecuado así como libertad creativa, un cuadro, partitura o libro desconocido, saltaba a la fama creando una conexión directa con el personaje: “esto es un Modigliani, inconfundible en su trazo”, “aquello sólo podría haber sido compuesto por Beethoven”, “entre tantas obras, se podría identificar la escrita por Cortázar” …
Esta indivisible unión está constituida por el proceso que le dio forma, en otras palabras, la vida del autor. Es casi imposible no relacionar el aprisionamiento de Oscar Wilde con la creación de la epístola De Profundis, o las experiencias cotidianas de Jane Austen al escribir cada una de sus novelas; y aunque algunos querrán ahondar en la vida del artista leyendo biografías o artículos especializados, lo cierto es que sus acciones forman parte esencial de la materialización imaginativa. Aquí existe una línea delgada que separa lo privado de lo público: opiniones, preferencias románticas, religión y demás particularidades pueden influenciar la obra pero no ser el foco de atención.
Sin embargo, cuando los actos atentan contra la autonomía, libertad, cuerpo o vida de otra persona, deben juzgarse y nombrarse por el nombre apropiado: crímenes.
Al espectador puede no parecerle interesante la afiliación al partido comunista por parte de Frida Kahlo – o alguna manía creativa por parte de otro artista- pero bien puede ser de su atención, un acto de barbarie humana como la violación.
Alrededor de la década de 1970 y 1980, cinco fueron las víctimas del cineasta Roman Polanski. El polaco era altamente solicitado por la industria, perteneciente a una élite privilegiada que le facilitaba conocer a jóvenes entusiastas por la actuación o modelaje; los detalles de su encuentros –forzados, ilegales, con sustancias de por medio- ya han sido relatados por ellas, teniendo como punto común el silenciamiento impuesto por Polanski, amenazándolas con no hablar de lo sucedido.
Desde 1977 ha sido arrestado por la ley, evaluado por parámetros psicológicos y puesto en libertad a pesar de las pruebas en su contra y de haber aceptado algunos de los cargos que se le imputaron. Su doble nacionalidad –polaca y francesa- le permitió evadir la justicia en Estados Unidos, gracias a la negativa de extradición por parte de Francia, además de su cuidadosa metodología por evadir países que pudieran comenzar un juicio contra él y las contadas ocasiones que se le ha visto en público.
Su más reciente trabajo cinematográfico tuvo estreno en México el 28 de Febrero, El acusado y el espía, el cual busca relatar los acontecimientos del famoso caso Dreyfus; en un breve resumen –para conocer más, recomiendo el artículo de José Emilio Pacheco- Albert Dreyfus era un capitán de la milicia francesa a quien en 1894 se le acusa injustamente de ser un espía para el ejército contrario, el alemán, por lo que su condena lo lleva a una cadena perpetua en la Isla del Diablo, donde es sujeto de humillaciones y torturas.
El meollo del caso presentó un hito por los derechos de la comunidad judía, quienes lo veían como un acto anti semitista, puesto que las pruebas contra Dreyfus estaban infundadas y el proceso de investigación presentaba fallas evidentes; la lucha por su liberación incluyó a diversos militares e intelectuales, entre ellos el escritor Émile Zola quien publicó en el único periódico liberal L’Aurore, una carta titulada J’accuse…! –¡Yo acuso! en español- exponiendo a los verdaderos culpables de espionaje, así como al gobierno de ejercer un crimen de odio contra un ciudadano ejemplar. Hasta 1906, es decir doce años después, se logró que Albert Dreyfus fuera liberado y compensado con dinero, la disculpa pública vino en 1995.
Ante un fascinante episodio histórico, el filme se ve ensombrecido por su creador. En los recientes Premios César, el galardón se lo llevó El acusado y el espía, pero la mención provocó una ola de indignación por parte de actrices, directoras y público en general quienes abandonaron la sala mientras mencionaban que la industria premiaba a un violador; afuera del evento también se vivía un ambiente tenso, cuando distintas pancartas decoraron el ambiente y letras rojas gritaron la incongruencia de apoyar los derechos femeninos, pero pisotear a las víctimas.
Ha sido de mi atención que algunos artículos de opinión cinematográfica, describen la cinta como “maravillosa o imperdible” y sobre todo “el deber de no inmiscuirnos en la privacidad de Polanski y disfrutar de su impecable trabajo”. Y aunque es válido no entrometernos en asuntos de índole personal, también es necesario diferenciar los actos correctos de los crímenes y evidenciarlos; carece de lógica comprar un boleto y disfrutar de una función cuando el creador ya ha aceptado los cargos desde la década de 1970 y por miedo a enfrentar la justicia tuvo que escudarse como víctima de los medios de comunicación. Es tiempo que afronte su pasado, puesto que si Harvey Weinstein lo está haciendo actualmente, ¿de qué beneficios goza Polanski?
Él no es Dreyfus, ni fue acusado injustamente por sus víctimas. Por lo tanto, este filme en su intento por servir como una apología a su situación, se encuentra fuera de contexto.
Cualquier obra de arte puede ser apreciada sin juzgar al artista, siempre y cuando éste no haya atentado contra otro ser humano. Al terreno artístico debe también exigírsele rendir cuentas y el espectador comenzar a cuestionarse las estructuras sociales que lo sostienen, en un pequeño intento por hacer de esta, una sociedad más igualitaria.
Si Émile Zola viviera, tal vez escribiría:
Acuso al sistema cinematográfico y festivales que permiten la exhibición de filmes, de un hombre que enfrenta un proceso judicial
Acuso a las reseñas que se han hecho de la cinta, que buscan quitarle la culpa al creador
Acuso a un hombre que debe ser juzgado por sus actos, y que no se ha responsabilizado