Un día sin ellas…#SinEllasNadaSeMueve

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Por Román M. De Castro.

No es la misma mesera que siempre me atiende, la que parece que se hace el fleco con tubos; la que no apunta nada en su libreta, todo lo aprende de memoria. Ahora se aproxima a mí un hombre grande, hombros anchos, poco cabello y se limpia el sudor de la nariz – con su dedo gordo e índice, rectos – para embarrarlo en su delantal mal fajado. Pensar que sus manos pesadas y obscenas traerá mi plato, me revuelve el estómago. 

Una radio desde la cocina suena las noticias; es vieja y el sonido raspa las paredes, con estática de vez en cuando. Entonces un hombre se aproxima y le da un golpazo con la palma de la mano, la radio parece obedecer con el golpe y ni se queja. Tiene el gorro que relata a los cocineros, ¿dónde está la señora que canta la estación de cha cha chá?

– ¿Dónde están? Es lo que todos nos hemos preguntado. – dice el reportero en la radio, entonces mi atención se desvía porque el nuevo mesero me pregunta – con la voz ronca y lechosa, parece que no puede tragar un gargajo con el que ha jugado toda la mañana – qué voy a comer. 

– ¿Qué estación es? – interrogó mientras apunta mi orden en su mano venosa, al parecer no puede memorizar pollo, puré, verduras y un agua con gas. Me indica que es “la de siempre”, pero en “la de siempre” una mujer es quien reporta el noticiero de la tarde. – ¿Dónde están? – repite el ronquido en el aparato. 

En la barra hay dos hombres, parece que llevan bebiendo un rato porque su postura hace que casi se recuesten en la mesa; uno de ellos carga una pequeña televisión y gira la perilla para encontrar una señal, una respuesta. El otro, acomoda la antena con torpeza, la retrae y luego la estira, pero no divisan algún canal. Después de mucho intentar, un noticiero distinto al de la radio emite su señal. Me acerco a ellos y me siento a un lado, instintivamente inclinan la pantalla hacia mí. Un informe de gobierno confiesa que no se les ha visto por ningún lado, no dejaron ni rastro. El corte para el informe meteorológico comienza. El presentador es delgado, sin bello facial y bien peinado. 

– Carajo, hasta la buenota que da el clima no está – dice el hombre que batallaba con la perilla. 

– Quien la encuentre, se saca la lotería compadre. – contesta – el de la antena – entre hipo y eructos. 

Dejé un billete de doscientos en mi mesa para pagar por la comida, pero hasta la mujer del papel ya la habían cambiado. Salí, era una hora bastante concurrida en esa calle. Hombres boleaban zapatos a otros hombres, hombres fumaban con otros hombres. Entonces comprendí que ahora éramos huérfanos, éramos lo último que habría de la estirpe y estábamos sucios, culpables. ¿Dónde están? ¿Será que ya las matamos a todas?