Por Eric Berry.
Estados Unidos es el país más afectado por el coronavirus a nivel mundial con más de 22 mil 100 fallecidos y 582 mil casos diagnosticados. Esas cifras podrían hacer que el presidente Donald Trump esté viviendo sus últimos meses como mandatario del país de las barras y las estrellas de cara a las elecciones presidenciales el próximo mes de noviembre.
El republicano atraviesa, quizá, la peor crisis sanitaria en la historia de Estados Unidos, luego que el coronavirus llegara de China, su principal adversario económico. Y lo hizo con más fuerza, luego de las constantes declaraciones de Trump desdeñando el poder de un virus diez veces más letal que la Influenza AH1N1.
“Eso solo una persona que vino de China y lo tenemos bajo control. Todo va a estar bien”, fueron las palabras que el presidente 45º de Estados Unidos externó a su población antes que todo se le saliera de las manos y se convirtieran en el foco de contagio para todo el mundo.
A inicios de febrero, las personas infectadas pasaron a ser 15 y Trump mencionó que “en un par de días va a bajar y acercarse a cero. Es un muy buen trabajo el que hemos hecho”, sin embargo, la cosa no mejoró y hoy es el día que en la Unión Americana se tienen confirmados casi 600 mil casos de coronavirus y más de 22 mil muertes. Eso, sin contar los que han fallecido en casa porque el sistema de Salud de Estados Unidos no los contempla en la estadística.
Hasta aquí, nada parece fuera del curso normal de una pandemia que tiene a medio mundo, con cifras en mano, dentro de sus casas en un confinamiento obligatorio.
El factor laboral y económico, sin embargo, podría suponer el letargo que cavará la tumba de Trump. Esta cifra es escalofriante: desde hace dos semanas en Nueva York se han venido reportando hasta 2 mil muertes por día por Covid-19.
De acuerdo con cifras del Departamento del Trabajo estadounidense, a finales de marzo recibieron hasta 6.6 millones de solicitudes de desempleo en todo el país. Si bien es cierto que en Estados Unidos hay aproximadamente 328,2 millones de habitantes, resulta descabellado pensar que una densidad habitacional casi proporcional con la que vive en Manhattan está desempleada, y esto se debe, en parte, a la respuesta tardía de la Casa Blanca con la pandemia de COVID-19.
El mismo jefe del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, Anthony Fauci, quien ha sido una de las caras más visibles durante la crisis sanitaria, reconoció que el gobierno de Trump se tardó demasiado en tomar medidas para controlar la propagación del virus. Y es que no fue sino hasta el 12 de marzo que se decretó el Estado de Emergencia a nivel nacional y, por ende, se cancelaron todos los vuelos provenientes de Europa, continente donde se estaba gestando una oleada impresionante de muertes y contagios por este virus.
Finalmente, el conflicto entre Arabia Saudita y Rusia que ocasionó una sobreproducción de petróleo durante gran parte del mes pasado, agudizó aún más la ya sufrida economía del votante estadounidense. Los clavos han caído uno por uno sobre el ataud de Trump, el último de ellos no ha terminado de embonar pero ya se encuentra en posición. Lo peor (o mejor para mucho) tiene nombre y apellido: Joe Biden, quien esta semana ha recibido los apoyos de Bernie Sanders y el ex presidente Barack Obama, sustentos fundamentales para la cohesión del Partido Demócrata
Los demócratas parecen reconocer que los días de Trump están contados y el demostrar unidad en cualquier sentido resulta primordial para que el próximo 3 de noviembre Donald Trump se someta al juicio del pueblo, uno que Nancy Pelosi no pudo sostener, y no regrese a la Oficina Oval de la Casa Blanca para un segundo mandato. Joe Biden, el coronavirus y la arrogancia templada de Trump son quizá una de las pocas combinaciones que podrían sacar al republicano de la presidencia de Estados Unidos.