Por Erik Strevel.
Cazar lobos siberianos con águilas doradas, sobrevivir a – 40 ºC durante poco más de un mes y exponer tu vida moviendo cerca de 450 animales junto a una persona de 19 años, con quien no pude cruzar una palabra por 6 días, sonaba bastante emocionante. Sin embargo, este artículo intenta generar una conciencia sobre nuestro abandono de la zona de confort y la transformación de la mente, a través de una experiencia que dejaría marcada mi manera de percibir la vida. Me llamo Erik Strevel, soy una persona que vivió diferentes fases de su vida en una burbuja que llamamos nuestra realidad; este es mi legado a las personas que me conocieron en el antes y el después de esa expedición.
La Migración Kazaja de Primavera cambió mi vida, y de mucha gente a mi alrededor, con mi renovación espiritual y moral. Así fue como me convertí en una de las primeras personas en realizar esta migración; todo apunta que fui el primer mexicano y muy probablemente el primer latinoamericano en realizar esta migración.
Desde que estaba en México pensando en hacer un viaje fuera de lo común, no sabía a lo que me podría enfrentar. Mi ego, formado a través de las diversas experiencias de vida como lo fue jugar en uno de los equipos más emblemáticos de futbol americano en el país, las Águilas Blancas, y ser su capitán en 2013, así como el siempre haber alcanzado mis metas, tanto personal como profesionalmente, moldearon en mi manera de vivir a la persona que era hasta antes de marzo del 2019. Una persona llena de ilusiones no bien asentadas, inestabilidad manejada a base de espejismos de mi identidad, y de las que me rodeaban, y el narcisismo; el egoísmo reinaban en mi cabeza. Pero, ¿cómo juzgarlos? Si esos elementos, al final del día, nos unen a todos nosotros desde el punto de vista exclusivo, dentro de nuestras mentes y nuestras circunstancias de vida.
Hoy en día, muchas personas que forman parte de mis círculos más cercanos, me relacionan directamente con el viajar a través del mundo. Siempre hay quienes no saben siquiera que estaba de vuelta en México, otros me preguntan cómo puedo mezclar ese estilo de vida con mi trabajo y otros cuantos están más intrigados en saber cómo conseguir vuelos baratos. Todos con dudas banales, pero nadie, hasta antes del viaje que les narraré, se interesó en saber la manera en la que había explorado cada lugar que he pisado, observado y analizado.
Decidí viajar a Mongolia porque quería ir más lejos, quería explorar tierras inexploradas; poder seguir expandiendo mi visión de la vida y también de alguna forma seguir alimentando el ego con el que cargaba. Por la misma relación (indirecta) que mantenía del simbolismo con las águilas, encontré que en Mongolia existen todavía un grupo de nómadas kazajos llamados los ‘Cazadores Águila’. Una tradición milenaria, antes de Genghis Khan, con más de 3000 años. Usar águilas entrenadas para cazar zorros, liebres e incluso lobos es una tradición para los kazajos del Altái en Mongolia, quienes consideran el vínculo entre el ave y el humano tan fuerte como el de padres e hijos. Esto había cautivado mi atención desde el primer momento y sabía que me tendría que preparar. Durante mi investigación previa al viaje; de alguna forma, por azares del destino, pude escuchar de una ‘migración nómada’ prácticamente desconocida para el mundo occidental (y el mundo en general).
La Migración de Primavera Kazaja es una de las migraciones que los nómadas kazajos hacen por cada estación del año. Ellos no migran solamente sabiendo la dirección y dejando que sus animales pasten donde lo encuentren. Los nómadas tienen una ruta muy específica trazada, con la que conocen hacia donde deben moverse; saben cuál es el destino final. Incluso, miembros de la familia realizan semanas antes la migración para empezar a trabajar en los campos donde los animales después del éxodo que van a realizar puedan tomar descanso y alimento.
Mi viaje comenzó a principios de marzo. Me tomó cerca de 3 días llegar de Ciudad de México a la frontera de Mongolia con Kazajistán. Durante este trayecto, tuve que hacer una escala de 11 horas en Beijing, donde aproveché para poder conocer un poco de la ciudad y de ahí tuve que tomar otro vuelo hacia la ciudad de Ulán Bator, la capital de Mongolia. Pude descansar cerca de 8 horas y a la mañana siguiente tomé un vuelo más de otras 4 horas para llegar al Extremo Occidente de Mongolia a la ciudad de Bayan-Olgyi. Todo parecía muy diferente; el clima empezaba a dar señales extremas y la carencia en esos lugares me recordaba a ciertos puntos muy aislados de mi país. Ya llegados a Bayan-Olgyi, junto con la intérprete que se ofreció de manera gratuita a acompañarme con los cazadores águila, ya que la familia con la que iba a vivir nunca había escuchado inglés y le generaba mucha intriga. Nos tomó cerca de 7 u 8 horas más en medio de la nada, en las estepas entre Mongolia y Kazajistán junto con una persona que manejaba una camioneta soviética, a quien tuve que contratar y así poder localizar a los cazadores águila.
Después de largas horas buscando a los cazadores águila en medio de la nada, cuando pude ver a lo lejos al primer cazador montado en su caballo junto a su águila, cazando a lo lejos sobre una montaña, fue cuando pude dimensionar el misticismo y la unión entre el humano y la naturaleza. Todo empezaba a emocionarme, a identificarme con esa cultura y al mismo tiempo entendía el contexto de poder presenciar la última generación de cazadores águila en la historia. Es muy complicado poder tener la oportunidad de vivir con ellos más de un mes y, aún así, el tiempo se me fue como agua, entendiendo que era una oportunidad única de construir nuevas maneras de pensar y de empezar a desarrollar un respeto íntimo hacia los animales y hacia nuestra naturaleza.
Tuve la oportunidad de vivir con Ayo, mi cazador águila, junto a su familia, por cerca de 4 semanas. De igual forma, tuve la dicha de celebrar el año nuevo kazajo que fue sin duda una experiencia inolvidable. Por supuesto no olvidemos que el clima oscilaba entre los menos 30 y menos 40 grados Celsius. La comida es totalmente diferente a la que conocemos y al mismo tiempo con una inherente relación a las necesidades básicas de tu cuerpo, ante tales condiciones climáticas. Todo en ese viaje hasta ese momento iba excelente, gracias a ello me asignaron un águila llamada Ana y pude casar junto con él, solos, alrededor de 10 días, moviéndonos entre los Montes Altai. Mi relación con el águila empezó a desarrollarse de tal manera que empecé a entender la filosofía del animal y este empezó a formar parte de lo que ahora mi visión de vida está constituida. Los cazadores águila normalmente no realizan las migraciones de primavera, ya que es una de las migraciones humanas más complicadas que existen actualmente. Para ello, tuve que dejar a Ayo y a su familia, uniéndome a la familia de Bolat. Me emocionaba especialmente la idea de que la primera persona no kazaja o mongola en la historia que realizó la migración de primavera, fue un fotógrafo inglés llamado Timothy Allen; esto apenas sucediendo en 2015. Al momento de llegar a la casa de Bolat, pude percibir la manera en la que estos nómadas vivían y el extremismo a enfrentar los próximos días, sin embargo, esa percepción misma no hizo justicia incluso a la primera media hora de la migración.
Celebramos la noche anterior a la migración, comiendo las vísceras del animal que matamos ese día; cabe resaltar que todo el animal se aprovecha para su consumo. La piel, los intestinos, la cabeza con pelos, los dientes y ojos; las capas de grasa y la carne misma, eran introducidos en una cacerola llena de agua hirviendo sin sal, así se servía el alimento. A pesar de mantener siempre una postura de agradecimiento y profundo respeto a su cultura, el olor y el sabor de las láminas de grasa mezclada con el pelo que no se quemó, junto a los intestinos, sin estar propiamente lavados, es algo que nunca olvidaré. Un ritual digno, para iniciar el viaje que lo cambiaría todo.