¿Quién de nosotros no ha tenido una experiencia positiva en un centro escolar? Podría decir, siendo “muy optimista”, que muy pocos contestarían que la escuela es una tortura o que tuvieron muy malas experiencias; quizás lo piense así porque siempre lo he dicho: mi refugio y mi espacio favorito, siempre será la escuela.
Y si hablamos de experiencias positivas, tal vez todos recuerdan el tiempo cuando se aprendía jugando. Sí, ese que vivimos en “la primera infancia”, en la que convivimos por primera vez con una maestra o maestro, que su principal cualidad, era la paciencia. Todos nos podemos imaginar un salón de clase con 20 chiquitos entre tres y cinco años de edad, donde ya aprendieron sus primeras palabras y gustan de repetirlas, una y otra vez. Donde ya leen algunas frases, donde los juegos tienen el propósito de enseñar y donde al primer sonido de una canción, se arma un alboroto alrededor de las mesitas y sillas del aula.
Si con una palabra describiera un salón de clases del jardín de niños, le pondría: espontaneidad. ¡Qué hermosa etapa del ser humano! Seguramente, en este momento de la lectura, recordarán su paso por el kinder, o quizá, recuerden cuando dejaron a su pequeña o pequeño en la puerta de la escuela y una cara sonriente les dijo: estará bien, váyase tranquila.
¡Y cómo no ser importante esta etapa! Con sólo este dato – que se explica en un blog entre UNICEF–OCDE–UNESCO https://blogs.unicef.org/blog/world-ready-to-learn/ – el cual describe que “al cumplir cinco años, el cerebro del niño ha alcanzado ya el 90 por ciento de su desarrollo y las bases para el éxito en la escuela y el resto de la vida ya están asentadas”.
Qué gran responsabilidad tienen las educadoras del país, atendiendo, según datos mostrados en la página oficial del gobierno federal, a poco más de 6 millones de niñas y niños de 3 a 5 años de edad.
Sin embargo, existen muchos datos que muestran que este nivel educativo, en las poblaciones de mayor vulnerabilidad, aún no han podido aprovechar las oportunidades educativas para la primera infancia, mismas que podrían impactar de manera positiva en su vida y su aprendizaje a mediano y largo plazo. Mi paso por las escuelas me ha mostrado el trabajo que en particular realizan las educadoras. Siempre firmes, dispuestas, alegres y seguras. Pero, ¿qué pasa con ese sector, ahora que todos estamos en cuarentena y los niños en casa? ¿Cómo solventaremos los días de cierre escolar, sobre todo con los chiquitos que se van a primaria? ¿Cuál será el mecanismo de aseguramiento del aprendizaje que deben movilizar para llegar con éxito al siguiente nivel, incluyendo el mínimo de formación de la competencia básica de la lectura? Habrá que activar medidas en ese orden para no arriesgar la calidad de su ingreso al grado siguiente.
Aún recuerdo cuando los maestros de cierto nivel educativo, se quejaban del ingreso deficiente de su matrícula y le atribuían, al poco rigor, manifiesto en el nivel anterior. ¿Qué hacian para estandarizarlos? Una serie de acciones desde un propedéutico, hasta cursos prácticos para que llegaran al grado deseado.
Pero hoy, ante una situación inédita, debemos rescatar el porvenir en nuestra realidad presente. Hay una carencia de personas pensando con suficiente anticipación y, en estos días, vivimos tiempos de incertidumbre, temor y desconfianza. Busquemos que nuestros niños de esa edad, regresen entusiasmados y motivados. Que recuerden a sus maestros, recuérdenles su nombre y las cosas tan bonitas que han aprendido en la escuela; que este momento pasará como un reto que nos impuso la globalización. Reforcemos en casa el aprendizaje con juegos, las tareas con orden, la lectura de cuentos. En este momento, todo se resuelve en equipo, participando en redes de colaboración, que se tiene a la mano en casa o a través de las redes sociales, incluso.
Una de las causas a la que debemos poner atención, y está demostrada con muy buenos resultados en la prueba PISA, es la resiliencia académica; lo que va muy ligado a ser generado desde el seno de las familias y también en la propia escuela. Un clima escolar positivo y la convicción por parte del alumno de querer aprender. Así, en esa línea, debemos seguir la resiliencia en los niños pequeños; será algo positivo que traerá la pandemia. Las educadoras saben de esa cualidad, porque lo han visto mucho en sus alumnos.
En el confinamiento, los niños suelen aburrirse, demandan mayor atención, tiempo y espacio de calidad. Hoy, más que nunca, es necesario generar y poner en práctica acciones innovadoras para esos niños, que a sus cinco años puedan contar con ese 90% de aprendizaje del que hablamos atrás. Pero que además, esa enseñanza sea de calidad y les dé formación con bases sólidas. Ayudemos a formar niños felices desde casa.
Las de chile seco
El 21 de abril fue el Día de la Educadora. Mi reconocimiento a todas ellas, que han hecho nuestra primera infancia única y enriquecedora.