Sé que a todos nos preocupa el futuro económico mundial. Pensar en la recesión pos pandemia a muchos nos quita el sueño, mientras que otros ya están sufriendo los estragos en lo que pasamos la cuarentena.
Empresas que apenas empezaban a conformarse se fueron en picada sin opción a nada; otras que estaban a flote con lo mínimo, terminaron de tronar; y algunas más, a pesar de mantenerse, ya sufren pérdidas millonarias.
Mi preocupación personal gira en torno a un criterio más: si estamos en problemas económicos la mayoría de los países ¿Quién le presta a quién? ¿Sucederá como siempre, los ricos se mantendrán a flote y los que sufrían ya de pobreza, estarán en jaque? ¿Conseguiremos una solución distinta?
Sin embargo la economía no es mi fuerte. En la universidad, cuando cursé la materia Historia Económica, batallé mucho para entender el Crac del 29 y si me piden explicarlo, me vería en un apuro.
Sin embargo, el otro tema, la libertad, es un concepto que he estudiado y meditado a lo largo de mis años de estudio y más específicamente durante mis años de ejercicio político, especialmente porque fui víctima y testigo del robo de muchas libertades en mis últimos años en Venezuela.
En la teoría filosófica existe el postulado de que para poder vivir en sociedad, cada uno de nosotros cede parte de su libertad y se la entrega al Estado para que funja de amalgama social y vele por la justicia y la soberanía. Sin embargo, la mayoría de los países de occidente en los que vivimos en “democracias liberales” a pesar de que sabemos que estamos entregando parte de ella, exigimos con mucha fuerza el ejercicio de: la libertad de expresión, el libre tránsito, el libre albedrío, libertad sexual, libertad de elegir sobre nuestros cuerpos, etc. Y creemos en la libertad como uno de los valores fundamentales de la sociedad desde la Revolución Francesa “libertad, igualdad, fraternidad”.
Pero, sin vida, no hay ninguna de las anteriores. Entonces ¿qué nos está enseñando la pandemia? Sabemos todos, que el virus inició en Wuhan, China, y se extendió a todo el mundo, además, que ha sido el primer país con gran cantidad de contagios y defunciones que ha logrado aplanar la curva, mantener la ciudad foco sin nuevos contagios y, luego de dos meses de confinamiento total, levantar levemente la cuarentena.
Sabemos también que China es un régimen dictatorial, en el que la “esfera privada” no existe. La ciudadanía está súper vigilada por cámaras de reconocimiento facial y maneja una policía digital con una increíble Big Data a su disposición que utiliza la información como su mejor arma. Particularmente creo que todas estas características y la disciplina particular de esta sociedad, permitió que pudieran controlar el brote, malas noticias para la democracia liberal. Sin embargo, la misma opacidad con la que se manejan éste tipo de regímenes, la hace culpable de haber dispersado el virus y que su falta de transparencia y solidaridad con el mundo entero haya hecho de una enfermedad una pandemia por falta de datos y diagnósticos oportunos.
En Roma, luego de la abolición de la monarquía romana por los 500 a.C. se elegía a dos magistrados anualmente para que gobernaran la ciudad. Ante una emergencia militar o para alguna tarea excepcional específica se recurría a la figura de un dictador al que se le confería plena autoridad del Estado y todos los demás magistrados estaban subordinados a su imperium.
Ahora mismo, algunos presidente electos han tenido que tomar medidas extremas, que en condiciones normales se considerarían como un disparate, como es el caso de los anuncios hechos por el presidente francés Emmanuel Macrón y el presidente de El Salvador, Nayib Bukele. Lo que está sucediendo es que en tiempos de crisis la democracia no es la respuesta, porque pierde celeridad y en la discusión, el tiempo corre, razón por la cual, las decisiones tomadas son inconsultas. Sin embargo, a pesar de ser medidas impuestas para tomarlas al pie de la letra, en muchos países hay personas cumpliendo la norma y otras no, por tanto, en algunos casos y con razón, se ha recurrido al uso de la fuerza.
Entre los que acatan la regla existen diversas motivaciones: confianza ciega en sus mandatarios, su propia salud, conciencia colectiva. En algunos casos el aislamiento es colaboración y en otros casos egoísmo (no en el sentido peyorativo del término), sin embargo, a pesar de las medidas tomadas, tardías en muchos casos, a Europa y a América Latina, le va mal en el manejo de la crisis y seguimos contando infectados y muertos.
Hace poco tiempo, cuando se supo a nivel mundial que la sociedad China estaba siendo evaluada a través del programa de reconocimiento facial y que por tener bajos puntajes los ciudadanos estaban perdiendo trenes y aviones, se hacía la referencia a la serie distópica Black Mirror, porque parecía irreal, pero ahora, algunos nos quieren convencer de que es la clave del éxito del control pandémico, esto es lo que desata mi preocupación por lo segundo, la libertad.
El COVID-19 va a dejar tatuado en nosotros lo que estamos viviendo: la desmoralización colectiva, la incertidumbre que atravesamos peleando en contra de un enemigo invisible, la recesión económica y el distanciamiento social. Estas incómodas vivencias, nos pudiera dejar propensos en el futuro, a aceptar serias limitaciones a nuestras libertades, en favor del Estado para que pueda “manejar mejor una nueva crisis, si se llegara a presentar un escenario parecido”.
Claramente, antes de preocuparnos por la libertad o por la economía, debemos preocuparnos por sobrevivir, pero mi llamado de atención es a que no perdamos de vista la situación a la que nos pudiéramos enfrentar, que no idealicemos regímenes y formas de gobierno que hemos luchado tantos años por superar, que la globalización no es el problema, sino la falta de solidaridad y que la inmediatez de la información que a veces nos hace sufrir embotados de tantas cosas, es la que nos está manteniendo a salvo. Una vez hayamos superado esto, no nos ocupemos solo de la economía, ocupémonos también de la defensa de la libertad que tanto nos ha costado conseguir y mantener.
De momento, seguimos libres, pero en casa.