Por Anahí Lima.
En las próximas semanas inicia la primera etapa en el proceso de reinserción a la “nueva normalidad”, que consiste en la reapertura de los “municipios de la esperanza”. El conjunto de términos escogidos por el gobierno federal para referirse a la reactivación paulatina de la vida social y económica del país, resulta directa y estratégica. Sugiere que incluso terminada la última etapa del proceso, la forma de relacionarnos no será la misma de hace unos meses.
Una de las lecciones esperadas es que exista más conciencia en las medidas de distancia con el fin de asegurar la salud individual, sin embargo, existen otras posibilidades más difíciles de concebir. Se trata de una cuestión de tiempo, pues solo dentro de las siguientes semanas, o incluso meses, seremos tanto testigos como partícipes en la formación de esta nueva normalidad.
Una de las posibilidades que quizá requiere más de nuestra atención y análisis, realmente empezó a manifestarse desde hace tiempo, y se trata de lo que el filósofo Michel Foucault denominó como biopoder: la transformación de las funciones del Estado para administrar la vida de la especie humana, por medio de la disciplina del cuerpo individual y de regulaciones para controlar los procesos biológicos de la población, abriendo paso a una biopolítica (Gómez, 2014).
De acuerdo con el filósofo francés, estas concepciones se integran al sistema desde el siglo XVIII con la preocupación del Estado de garantizar la vida, su buena reproducción y fortaleza. Al posicionarlas como el foco central de las estrategias políticas, queda en manos del Estado la decisión de a quién “dejar morir” para proteger para a los que hay que “dejar vivir”, lo cual lleva a la separación y eliminación de la parte insana de la población que representa un riesgo. En pocas palabras, se refiere a la discriminación sistemática por características biológicas. Puesto de esta manera, se esboza como una herramienta de control y opresión brutal; no obstante, en la práctica parece que existe una aprobación generalizada de su uso en situaciones de crisis.
Cuando se dio a conocer la severidad del nuevo SARS-CoV-2 en la ciudad de Wuhan, China, a principios de año, hubo una notable resistencia por parte del mundo occidental hacia lo que entonces eran los países más afectados. Además, posturas como la que fue tomada por Donald Trump, quien deliberadamente lo llamaba –y sigue llamando– “virus chino”, únicamente lograron el fortalecimiento de conductas racistas.
El origen del virus serviría como una forma de legitimar la separación y jerarquización de la población mundial. Sin embargo, al manifestarse los focos de infección en países europeos y eventualmente en Estados Unidos, la táctica cambió. Surgieron diversas teorías sobre el origen del virus, las cuales varían dependiendo de los intereses del país en cuestión, pero todas logran el mismo objetivo. La creación premeditada del virus puede ser considerada como una herramienta de la biopolítica de escala global, tanto como la posibilidad de que haya sucedido de manera orgánica y sean los Estados quienes señalan culpables con el fin de justificar alguna estrategia política.
Por otro lado, las medidas de confinamiento originaron reacciones diversas en la población de los países que las implementaron. En Estados Unidos, a pesar de la gravedad del desarrollo de la epidemia, surgieron una serie de protestas en contra del confinamiento. En poblaciones menos privilegiadas, como la mexicana, se manifestó un resentimiento en contra de las personas que no cumplen con los lineamientos declarados por las autoridades sanitarias. Ambos panoramas reflejan el impacto de la intromisión del Estado en la forma en la población se relaciona. Otro ejemplo que cobra importancia en México, son las agresiones en contra del personal médico, quienes son segregados por la posibilidad de contagiar y esparcir el virus. Por último, las guías de bioética para la asignación de recursos médicos son la síntesis del biopoder, donde el individuo pierde soberanía sobre su vida o muerte digna.
El fin del encierro dictará ahora la nueva forma en la que se presentarán las medidas tomadas desde la biopolítica. Por un lado dependerá de los lineamientos específicos para el control de la epidemia que sean dictados por las autoridades federales, pero por otro, se verán las consecuencias de esos lineamientos en las formas de interacción social de la población. Estos dos factores son los más importantes para determinar si la duración del ejercicio de biopoder del Estado será únicamente durante la epidemia o si dentro de algunos años seguiremos arrastrando sus consecuencias.