Aileen Kent.
Desde tiempos prehistóricos comenzó la conexión entre dos artes ancestrales que, inclusive antes de que existiera el lenguaje hablado, ya eran formas importantes de comunicación. La Danza y las Artes Plásticas no sólo comparten raíces, sino que ambas disciplinas fueron creadas para la contemplación y por lo tanto se les considera “Artes Visuales”. Comparten la plasticidad de sus lenguajes y dependen de espectadores.
A lo largo de la historia, muchos pintores y escultores se han inspirado en la danza para hacer sus creaciones, así como también bailarines y coreógrafos han basado o enriquecido su trabajo en las Artes Plásticas. Un buen ejemplo es que Rodin en 1912 ya estaba recomendando a los artistas de la época que estudiaran a los bailarines y es algo que sucede hasta la fecha.
Citando a Rodin “…la danza parece haber tomado la misión de enseñarnos a amar la belleza del cuerpo, del movimiento y del gesto…” y consideraba que en los bailarines se podía “descubrir de nuevo la libertad del instinto y otra vez el sentido de una tradición basada en el respeto a la naturaleza”.
Simultáneamente, la historia de la danza nos demuestra un profundo vínculo con dicho acontecimiento. El personaje de Salomé (“La danza de los siete velos”) no fue únicamente musa de escritores y pintores a principios de la modernidad, sino que fue aprovechada su popularidad por bailarinas de la época para afianzar que la Danza fuera un medio permisivo en expresarse con mayor libertad dando poder a su creatividad e ideas propias, lo cual en otros contextos sociales de la época no se les permitía a las mujeres. De esa necesidad de libertad de expresión surgió la danza moderna, rompiendo con los convencionalismos de la danza tradicional y comenzando a posicionar a la mujer como ente creativo e independiente dentro de la carrera dancística, sin ser casualidad que fue fundada por mujeres.
Como dijo una de las madres de la Danza Moderna, Isadora Duncan: “Si mi arte simboliza alguna cosa, simboliza la libertad de la mujer y su emancipación de los tabúes y convenciones represivas”. Estas mujeres provocaron que artistas de otras disciplinas se vieran fascinados por esta misma fuerza creativa y encontraran en ellas un tipo de belleza para profundizar en sus investigaciones artísticas sobre el cuerpo humano.
Actualmente continúa esta fascinación de los artistas plásticos hacia los cuerpos danzantes, no sólo porque desarrollan aptitudes físicas que los hacen interesantes modelos de apreciación, sino también porque guardan en sus portentosos cuerpos y gestos una relación especial con su propia naturaleza, una capacidad de expresión como la de ningún otro cuerpo, una habilidad interpretativa que transforma a esos cuerpos en Arte.
En mi experiencia personal, como bailarina profesional de danza contemporánea y modelo de artistas plásticos y fotografía artística, he notado que somos muchos los bailarines que disfrutamos trabajando en el modelaje artístico. La explicación de que así sea es muy simple y la historia lo respalda, los bailarines en general estamos en profundo contacto con nuestros cuerpos y nosotros mismos, ya que eso que somos es nuestra herramienta de trabajo. Conocemos nuestras capacidades y limitaciones, tenemos que permitir que nuestro instinto más primitivo (animal escénico) salga a respaldarnos en el acto escénico, de lo contrario la danza no fluye igual aunque se haya practicado antes. Esas habilidades desarrolladas física, técnica e interpretativamente van de la mano a la necesidad interna de expresarnos libremente y del gozo de ser vistos.
Del mismo modo que las demás Artes, la Danza busca compartir, conmover, inspirar y trascender. Los bailarines logramos eso a través de nuestros cuerpos y así lo hemos hecho a lo largo de la historia. Otra manera en que seguimos cumpliendo dichos objetivos, es siendo modelos para artistas plásticos y artistas visuales. Pienso que ésta relación entre Danza y Artes plásticas y Visuales perdurará mucho tiempo más…