Por Giselle Kuri.
En el 2018, Geoffrey Owens, un actor que aparecía en el programa de televisión estadunidense llamado “The Cosby Show” fue fotografiado en su nuevo trabajo como cajero de un supermercado en Nueva Jersey y esto generó un debate público por lo que se considera job shaming o, en español (traducido por mí), denigrar por el tipo de chamba.
En ese caso, una señora intentó vender las fotos de Owens a los medios de comunicación para exponerlo por “lo bajo que había caído” tras ser un actor en un importante programa televisivo. Esta actitud no es algo excepcional, sino que refleja una creencia compartida por mucha gente: la idea de que hay trabajos más valiosos o importantes que otros.
Si alguien dijera que su sueño es ser carnicera, ¿cómo reaccionarían? He aprendido que usualmente la reacción de sorpresa viene acompañada por juicios sobre “el poco desarrollo profesional que ese oficio permite”. Incluso enfatizando la diferencia entre oficio y profesión, como si uno tuviera más valía que otro.
Traigo este tema a colación durante la pandemia porque necesitamos tener una conversación y estar listos para cambiar nuestros juicios. En estos días de cuarentena, (la mayoría) hemos echado flores al personal médico por atendernos y cuidarnos en estos momentos de crisis. También hemos hablado sobre quienes “no están en posibilidades de hacer cuarentena porque viven al día”, pero nos hace falta reconocer otra realidad: a quienes no han parado por continuar atendiendo las necesidades del México que sí está encerrado en casa.
El COVID-19 pone en perspectiva juicios como que “se dedica a eso porque no estudió”, “si no pones atención vas a acabar como él/ella” y otra serie de aseveraciones discriminatorias con las que muchas veces las familias educan a las siguientes generaciones. Antes que cualquier ocupación, son personas, y son personas que durante estos meses han permitido cierto nivel de normalidad en nuestras rutinas. Con más de cinco millones de personas en situación de desempleo a causa del virus (según el estudio presentado por la UIA, OXFAM y el CEEY), ¿estaríamos dispuestos a cambiar un poco el giro de nuestra carrera para seguir percibiendo un sueldo?, ¿o no haríamos eso que consideramos menos digno?
Empresarias y empresarios que hoy se ponen camisa (pero se dejan los shorts) para participar en videollamadas trasnacionales e instructores de ejercicio que han adaptado sus formatos a digital para permitirnos seguir activos desde casa; ambos juegan un papel muy valioso en esta etapa en la que seguimos adaptándonos y aprendiendo.
Reconozcamos a quienes están saliendo de sus casas para que podamos pedir el súper, recibir paquetes de compras en línea, informarnos con noticias bien documentadas y con rigor periodístico, mandar documentos en Uber y pedir comida a domicilio. Visibilicemos que son personas indispensables para mantener a la sociedad de pie y a quienes muchas veces hemos visto hacia abajo.
Parte de la responsabilidad social recae en tomar conciencia sobre las prácticas cotidianas que mantienen la opresión sobre ciertos grupos y que limitan sus posibilidades de alcanzar su calidad de vida. Cuando nos preguntamos cómo se verá el mundo después de la pandemia, debemos empezar por cuestionar lo que estamos dispuestos a hacer (y ser) para mejorar socialmente.
A algunos les urge regresar a la rutina que teníamos previo al aislamiento, pero hay cosas que no pueden regresar a lo que eran. Dar reconocimiento y tratar amablemente a personas en distintos empleos, es hasta más urgente que salir de casa. Repitamos juntos este mantra para no olvidar: Todos los trabajos son importantes y necesarios.