Menos Bunny, Más-Tropiero

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Entre las historias trágicas que pueblan el primer semestre de 2020, tal vez el adiós de Marcos Mundstock es de los que más nos conmueve. Quién brillara un año atrás con el elegante reclamo a la RAE, que más bien, fue un cómico juego de palabras que rescata la riqueza lingüística del idioma español, no se hizo famoso entonces, sino a partir de 1967, año en que nació… en que nació Les Luthiers.

El padre artístico de Johann Sebastian Mastropiero ha dejado un enorme vació en las artes de Latinoamérica, solamente comparable con la partida de sus otros dos grandes colegas, Daniel Rabinovich (con quien interpretó bi-ólogos hilarantes) y Gerardo Masana (fundador de Les Luthiers).

Les Luthiers ganó su fama por ser un grupo completo, capaz de integrar en un mismo concepto un amplio acervo de ejecución musical y una gran inventiva para los instrumentos informales; han brillado por su genialidad y elegancia para abordar aspectos comunes de la vida, además de una estupenda crítica política y a las inverisimilitudes de lo influenciable e influyente en la sociedad, a través de un humor inteligente, sano, ocurrente y hasta reflexivo.

El tsunami globalizador, entre muchas cosas, ha sepultado la creatividad mediante una insultante proliferación de commodities artísticos que han estandarizado tanto la oferta como la demanda de contenidos de entretenimiento y, digo insultante porque esos estándares son muy bajos, sea cine, televisión, música o artes plásticas. Del teatro ¡Ni hablemos! Se ha perdido cada vez más el interés en esta expresión artística, la cual también es damnificada por el embate de las plataformas digitales.

Entre el universo humorístico, Les Luthiers no solamente ha plasmado un sello distintivo, sino que hasta ahora no hay conceptos semejantes o mejores, lo que por un lado es fantástico, pero también es preocupante. Algunos standuperos han logrado combinar la ejecución musical con la comedia, pero con una calidad precaria a pesar de consistir producciones muy bien elaboradas, dado que el humor queda reducido a un lenguaje soez, lo cual dice mucho acerca de percepción que el artista tiene de su público.

La cima que separa a las obras de Günther Frager plagiadas por Mastropiero, de los cada vez más concurrentes stand up’s, es apenas comparable a los Alpes que separaban a Helmut Bösengeist de la sociedad de compositores. Pero ¿Por qué la comparación? Básicamente porque estamos hablando de un espectáculo que ha estado al alcance de todo público, sólo que, quizá por el trasfondo profesional y la estatura cultural, Les Luthiers apostó por conquistar al público lejos de la chabacanería; vamos, que su humor no falta al respeto del espectador, al contrario, lo reconoce como inteligente.

Sonará chocoso, sí, pero es real. La crisis del modelo neoliberal no es únicamente económica, es también cultural. Un contexto donde somos lo que consumimos, el “tarareo conceptual” de la Aria Agraria nos invita a romper el cerco de idiotización que la televisión ha construido a través de dating shows y tele-”realidades”, o en el que basta un “No digas que no te gustó, no digas que no te gustó, no digas que no te gustó, oh-oh” para pegar en la radio.

Las artes están en peligro y con ellas, el intelecto colectivo. No solamente se está perdiendo el arraigo cultural en medio de la estandarización barata (que básicamente todo suena y luce igual), sino que, en el precario esfuerzo por ofrecer contenidos de calidad, también se afectan capacidades esenciales en el desarrollo, tanto psíquicas como motrices. Un ejemplo es el uso descomedido del auto-tune para maquillar la indisciplina vocal o el sampling, desplazando la riqueza de la ejecución instrumental. Pero no se queda ahí, el lenguaje se ve afectado también. Se ha perdido el toque poético para la manifestación de las pasiones humanas, al grado de encontrar un caudal fonético cada vez más indigente.

Al respecto, una crítica constructiva para la 4T: Si bien es cierto que existe una preocupación en la figura presidencial acerca del cuidado de la cultura como un patrimonio de gran valor para la sociedad, esta tarea se ha monopolizado en el discurso de cada conferencia matutina, como semillas al viento, sin que encuentren un lugar donde germinar y dar fruto. Es hiriente ver cómo Cultura sigue perdiendo presencia en los destinos del presupuesto. Sin apoyo a la cultura, la Transformación está coja; el pueblo bueno no alcanzará su integralidad hasta que los contenidos artísticos sustituyan la basura comercial, pues la cultura educa.

Mientras Mundstock viaja, probablemente a cumplir su deseo de ir a la playa con Marina, los jóvenes de hoy en día necesitan distinguir el mal de bien, y aunque Les Luthiers promete continuar, es importante dar curso a nuevas ofertas, innovadoras e inteligentes. Mientras tanto, socórranos con la exorcítara, a ver si es posible echar fuera el demonio de la precarización cultural.