Por M. Tuda
Es fácil llegar a confundir la escultura y la arquitectura. Dos oficios que nacen de la más pura necesidad de la sustancia, del tacto. Mientras la escultura sale del material (hablando de la más antigua y pura tradición) la arquitectura es conformada por diversas piezas, formando un todo. Pero creo también que los materiales convencionales como el ladrillo, el concreto, la madera e inclusive el acero, en las manos correctas tienen la misma voluntad de ser que el mármol.
“Y si preguntamos al ladrillo qué quiere, responderá: “Bueno, querría un arco”. Y entonces diremos: “Pero los arcos son difíciles de hacer. Son más costosos. Creo que el cemento iría igualmente bien por encima de tu apertura”. Pero el ladrillo replica: “Ya sé, ya sé que tienes razón, pero si me preguntas qué prefiero, yo quiero un arco”. Y uno dice: “Pero bueno, ¿por qué eres tan terco?”. Y el arco dice: “¿Puedo hacer una pequeña observación? ¿No se dan cuenta de que están hablando de un ser, y que un ser de ladrillo es un arco?” – Louis Khan
Hay arquitectos y escultores que nos han impresionado con su gran entendimiento de los materiales, como Miguel Ángel. Él veía y sentía la voluntad del mármol, liberando a sus seres de su cárcel pétrea. O Jacques Lipchitz que ha entendido la escultura como una disciplina táctil. Pero de entre todos, destaca un arquitecto introvertido, prolífico, muchas veces mudo: Teodoro González de León.
Se ha escrito mucho acerca de Teodoro González de León, de su gran habilidad como arquitecto y urbanista. Con una carrera de casi 60 años, Teodoro marcó la ciudad de México, que es casi imposible no haber visto o haber tenido alguna experiencia en alguno de sus edificios. Pallasmaa menciona que para él la medida real de la calidad de una ciudad consiste en saber si se puede imaginar a él mismo enamorándose en ella. ¿Quién no ha ido un domingo al museo Tamayo a ver una exposición mientras te sudan las manos? ¿Quién no ha ido a un concierto al auditorio nacional a acabarse su propia voz cantando canciones de amor? O ido a buscar un libro al fondo de cultura económica encontrando en todos los títulos a aquellos a quienes amamos; un simple paseo por reforma donde sus edificios, testigos, nos ven enamorados. La obra de González de León está tan arraigada a la ciudad como nosotros mismo y nuestra forma de vivirla.
“Las ciudades se deben al azar, al diseño, el tiempo y la memoria” – Teodoro González de León.
Teodoro trabajaba día a día enfrentando el presente, con un gran conocimiento del pasado, creía firmemente que la arquitectura no es una profesión, sino un estilo de vida. Amante de la música y del arte, Teodoro creó un lenguaje propio a través de sus raíces y del lenguaje moderno del arquitecto francosuizo Le Corbusier el cual decía que “la arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz.” Algo que aprendió y colocó a Teodoro González de León como uno de los mejores arquitectos del siglo XX. Un verdadero escultor de luz.
“Si algo caracteriza a la arquitectura de González de León es la fuerza y vigor de las formas de sus edificios, estas no son planas ni delicadas, ni finas ni elegantes, son formas austeras, fuertes, sólidas, complejas, cualidades manifestadas por el concreto cincelado y la luz que reciben, que las moldea y transforma”. – Arq. José María Larios.
Yo, los invito, aunque sea a través de imágenes, preguntarle al concreto qué quiere ser… estoy casi seguro, que su respuesta será ser un edificio del gran Teodoro González de León.
Feliz cumpleaños maestro.