Vettel y la maldición de Ferrari

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Por Bruno Gasi.

Cuando hablamos de Fórmula 1 quizás lo primero que imaginamos es rojo. Pensamos en el rojo de la mítica escudería italiana y en su lema: “los mejores pilotos están en Ferrari”. Sí, grandes pilotos han defendido el escudo a capa y espada a través de los años. Sin embargo es importante destacar la gota que derramó el vaso: Michael Schumacher.

El alemán rompió cada récord posible, de las siete veces que se levantó como campeón, cinco fueron con Ferrari. Se convirtió en una referencia imperdible, en una sombra que hasta la fecha ha opacado a todo valiente acreedor que vista los mismos colores. Recordemos a Sebastian Vettel, el hombre que apagó las esperanzas de Ferrari a principios de la década pasada, logrando cuatro campeonatos consecutivos. Qué vueltas las de la vida para que años más tarde terminara padeciendo el mismo síndrome.

En aquel entonces la esperanza de Ferrari era un tal Fernando Alonso, bicampeón del mundo que para ese entonces militaba en McLaren junto a la promesa de Lewis Hamilton. En 2010 Ferrari le apostó todo al asturiano bajo el argumento que mencioné al principio, solo que un mundo no bastó para detener la fiebre Red Bull y mucho menos a Vettel. Añádase el feroz regreso de Mercedes, que para 2013 ya había flechado a Hamilton. El resto es historia.

Durante media década los esfuerzos de la casa italiana nunca rindieron frutos. A finales de 2014 Alonso dio media vuelta y regresó por donde había llegado; se marchó a McLaren, que recién estrenaba motores y presumía ser una opción para luchar por el título. Todos conocemos el triste desenlace. En fin, la noticia dio la vuelta al mundo. En 2015 había un monoplaza sin jinete y todas las velas apuntaron al mismo sitio: Sebastian Vettel. Ferrari podría aspirar a nuevos títulos, nuevos logros.

La sombra que hizo de las suyas con Alonso no haría excepciones con Vettel, que para terminar el fastidio, compartía nacionalidad. El alemán llegó después de la era dorada que tuvo con Red Bull y su única misión, además de contener a los “silver arrows” de Mercedes, era sacar a Ferrari del limbo. Cerca estuvo de lograrlo, su brillantez dio mucho de qué hablar y su profesionalismo maduró, todos (incluyéndome) esperábamos un quinto título, un regreso entre cenizas. Es importante destacar que Ferrari no había ganado un título de pilotos desde 2007 (Kimi Räikkönen) y de constructores desde 2008. No todo cae sobre los pilotos, que ya bastante buenos deben ser para defender el rojo. Debemos tener claro la influencia que han tenido los jefes de equipo a través de los años, arraigados a estrategias de la vieja escuela, sin innovar, sin proponer, sin facilitarle las cosas a quienes se ensucian las manos.

A pesar de todo, las cosas cada vez pintaban mejores. En 2018 Ferrari apretó a Mercedes y dejó considerablemente atrás a Red Bull. Todo marchaba bien para Vettel, que por fin se aproximaba al sitio donde todos queríamos verlo. A principios del año pasado Kimi Räikkönen intercambió asiento con un monegasco de apenas 21 años llamado Charles Leclerc, piloto de la escudería satélite Alfa Romeo. Para Vettel no sería difícil concentrarse en abatir a Mercedes aprovechando la poca experiencia de Leclerc, que cumplía un año en la categoría y era fuertemente cuestionado para ser segundo piloto de Ferrari.

Arrancó 2019 con un tetracampeón y un novato. No era extraño pensar que Charles perdería la cabeza y regresaría con la cola entre las patas a los tenores de media tabla, como sucedió en Red Bull. Lo que aconteció después fue sin duda una alarmante llamada de atención para Sebastian Vettel y sobre todo para Ferrari, que hacía mucho no confiaba en el talento joven, talento que se abrió camino tras la llegada de Max Verstappen a la Fórmula 1 tres años antes. Los papeles dieron un giro considerable y en menos de lo que canta un gallo Leclerc opacaba a su co-equipero. Los números hablan solos. Nadie hablaba del alemán, solo había halagos para el monegasco.

La rivalidad, marcada fuertemente por el ego de Seb y la ambición de Leclerc fue haciéndose cada vez más visible y tensa. Casi al final de la contienda protagonizaron un polémico episodio en Interlagos con evidencia suficiente para comenzar a creer que Vettel ya no cabía en la escudería. Era cuestión de tiempo para que Ferrari y él rompieran relación. Leclerc firmó un contrato extensivo, quedó claro que tiene madera de campeón y los italianos quieren que crezca con ellos. Les regresó la victoria en casa, donde irónicamente el alemán logró su primera con Toro Rosso en 2008.

Las cosas están cambiando, cada vez hay más jóvenes capaces de darle alcance a los experimentados. Leclerc es primer piloto indiscutible, se rumora que Carlos Sainz lo acompañe en 2021. Mucho se especula sobre la llegada de Alonso, otra vez. En el mapa de posibilidades también está Daniel Ricciardo, estancado en Renault. Nada es certero, esperemos la buena nueva. Es muy temprano para especular el paradero de Vettel, McLaren y Renault — las únicas dos opciones razonables — están lejos de brindarle un coche digno para competir. Con Red Bull la relación sigue siendo buena pero tampoco es para tanto. Parece que la maldición de Ferrari llega a su fin. Los años han pasado, si no quiere calcar la trayectoria de la sombra, tal vez lo más sano sea considerar el retiro.

Nadie le arrebatará el logro de cuatro campeonatos consecutivos. Nadie se olvidará de quién fue. Nadie negará a la gran promesa de la Fórmula 1. Mientras tanto yo me quedo tranquilo. Tuve la oportunidad de conocerlo brevemente en el Gran Premio de México, de hacerle saber que crecí viéndolo ganar, de decirle que ya es grande por el simple hecho de ser él mismo. Grazie ragazzi, Seb.