Monterrey ha sido la cuna, desde 1960, de la cumbia colombiana. Con Celso Piña como su principal exponente esa parte del norte del país hizo suyo un género sudamericano. Y para evitar temas de derechos de autor le pusieron su toque. Empezaron por la nomenclatura.
Kolombia con K. Así fue como bautizaron en Monterrey su género de cumbia. También, descubrieron que bajándole las revoluciones a los acetatos que llegaban de Colombia, prácticamente gestaban un nuevo género. Un diseño acústico que invitaba a bailar en tonos gariboleados, lentos y que nos arrastraban sobre el piso. El género de la cumbia rebajada.
Con el nacimiento de ese género vino toda una cultura. Los cholombianos. Niños y jóvenes de colonias populares de Monterrey, que desde el Cerro de la Campana y las colonias populares que lo circunscriben, miran en gran angular el desarrollo empresarial del que son parte pero no privilegiados. Marginados, los cholombianos han creado un arquetipo, cuya inspiración se basa en la moda chicana y un mundo al que aspiran y ven con cierto recelo y añoranza
Ya no estoy aquí, file de Fernando Frías de la Parra, hace un retrato antropológico y sociológico de esa cultura colombo-regia. Esa que utiliza ropa holgada y su cabello es el gran distintivo. Los lados largos. A veces pintados. El cetro a rape y con mucho gel «para que nada se mueva».
En la cinta, ganadora del Oro a Mejor Largometraje y del Premio del Público a Largometraje Mexicano en el pasado Cine Internacional de Morelia, se retrata más allá de la pobreza y marginación, la coexistencia de un grupo que para muchos es vulnerable, pero que mas bien significa un choque con la normalidad arquetípica que se ha erigido como…la normalidad.
La humanidad del largometraje rompe con la fórmula de un cine mexicano que usa de trofeos y carne de cañón a los pobres de México. Aquí no hay espacio ni tiempo para lamentar el origen. En cambio, es un reconocimiento a la lucha por la supervivencia transfronteriza de una cultura tan nueva pero que vive en un constante peligro de extinción. Eso sí, refuerza la gran oportunidad que sigue dando el Sueño Americano.
Ya no estoy aquí podría ser el nacimiento de una nueva rama del cine mexicano. Donde se rompan moldes y por fin se logre normalizar la existencia, ya no de tribus, sino de microcosmos que hemos decidido ignorar. A veces, solo voltearlo a ver como parte de un universo de votantes, posibles consumidores o materia prima para hacer grandes historias o reportajes de color que nos muestren un mundo del que también formamos parte.