Por Anahí Lima.
El pasado domingo, durante la misa de Corpus Christi en la Provincia de Valencia, el arzobispo Antonio Cañizares hizo declaraciones preocupantes al mencionar que “el demonio existe en plena pandemia” debido al supuesto de que hay líneas de investigación para la vacuna del COVID-19 que utilizan “células de fetos abortados”.
Más tarde explicó que su comentario se debe a un artículo – sin mencionar cuál en específico – de la revista científica Science. La alusión al aborto es un argumento que ya ha sido utilizado antes, especialmente dentro de la polémica antivacunas, convirtiendo una discusión científica en algo moral y muchas veces religioso. Este tipo de declaraciones se vuelven peligrosas y tienden a reforzar el enfrentamiento entre la ciencia y la espiritualidad.
La eterna batalla entre ambas, casi siempre termina en alguna de las dos partes estableciéndose como dueña de la razón, de la verdad absoluta, de las respuestas correctas; por tanto, designando a su contraria como errónea. Bajo esta línea de pensamiento, caemos en la sobresimplificación de las preguntas que hacemos: si hay una respuesta correcta, solamente puede existir su opuesto. Limitamos las posibilidades a un mundo binario, haciendo que los distintos modos de aproximarse a la verdad no puedan nunca reconciliarse y mucho menos complementarse.
Si bien la fé y la razón han acompañado al ser humano desde el inicio, no hemos logrado ubicarlas en la vida social de manera funcional. Por un lado, la justificación de los fenómenos humanos a través únicamente de la fé, muchas veces no dan lugar a la generación de más preguntas, ni buscar más explicaciones, y cae en juicios de valor poco acertados. Por otro lado, la supremacía científica como único método de búsqueda por la verdad también tiene sus límites.
Los paradigmas científicos revolucionan y las leyes son consideradas la norma hasta que nuevo conocimiento científico demuestra lo contrario. Por más que nos aproximemos a la verdad, nunca podemos considerarla absoluta. Pero en la narrativa cotidiana se nos ha facilitado atribuir todo como certero simplemente decir que algo fue confirmado o demostrado por “científicos”, muchas veces sin cuestionar la línea de investigación ni los juicios morales que los mismos investigadores podrían tener.
El avance innegable de la ciencia nos ha hecho creer que la razón es el único medio válido para explicar el mundo; que si la ciencia no es capaz de resolver los enigmas que aún tenemos sobre el universo, la filosofía o la religión tampoco lo lograrán. Entonces, no encontramos sentido en preguntar algo que hasta el momento no tiene respuesta racional.
Actualmente, a pesar del declive de la religión organizada, la espiritualidad permanece como una cuestión privada y personal, que varía de acuerdo a la persona. Sin embargo, en ocasiones sigue formando parte del mundo político. Tal es el caso de Theresa Deisher, investigadora especializada en el área de genética y biotecnología, quien es una de las principales científicas que argumenta que los rastros de ADN en las vacunas se recombinan con el material genético de los infantes vacunados y causa autismo.
Todo esto a pesar de que no existen pruebas suficientes, el rastro de ADN en las vacunas es mínimo, y que fuera de estar formadas de las células humanas donde se cultivan los virus, las vacunas contienen el virus desactivado. Pero se vuelve difícil dejar de cuestionar las convicciones religiosas de Deisher cuando se convierte en una activista antiaborto dentro de la comunidad científica.
Queda claro que la ciencia y la espiritualidad se enfrentan porque no sabemos cómo equilibrarlas, pero ambas son parte fundamental del desarrollo humano. Si bien el método científico puede ser objetivo, difícilmente es neutral, pues siempre hay una persona detrás, cuya parte irracional no puede ser negada ni eliminada. Se trata de dos aproximaciones distintas a las mismas interrogantes, pero que sí convergen en un punto: las preguntas que plantean.
El profesor de filosofía de la Universidad de Montevideo, Diego Pereira Ríos (2017) plantea que el punto de encuentro más importante entre la ciencia y la religión es la comunidad humana. Ambas disciplinas sirven como caminos de acceso hacia la verdad, cada una desde su propio tipo de razonamiento, pero sobreviven gracias a la transmisión de su mensaje a través del lenguaje.
El lenguaje, es una herramiento también limitada, pues no siempre puede ser entendido en su totalidad. Pero si cada comunidad (la espiritual y la científica) crece desde adentro a través de la transmisión de sus enseñanzas, el compartirlas entre sí puede ampliar el camino de acceso a las verdades humanas. Negar una u otra parte solamente convierte aquella verdad que preferimos en una verdad incompleta y la aleja más de ser cierta.