Entre suela y llanta

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Uno de los cimientos en los que descansa la democracia es la libertad de expresión y, para alcanzarla, la protesta social ha sido esencial. No hay derecho en el mundo que no se haya conquistado como consecuencia de la movilización social producto de la colectivización de la consciencia de clase, de la cual, el trato igualitario y el reconocimiento del valor humano sin distingos ni privilegios ha facilitado el tránsito hacia una sociedad más digna.

Tanto en la Historia Universal como la de México, las conquistas sociales han atravesado el oscuro valle de la represión, la violencia y la estigmatización por parte de los grupos oligárquicos que se han resistido a las rupturas del statu quo. Sin lugar a dudas, una de las heridas más profundas fue la del aplastamiento del régimen al estudiando en 1968 y 1971, pero también pesan en la memoria histórica las luchas obreras como lo fue en Cananea y Río Blanco, Atenco o el 1D en 2012.

Frente a ello, una manifestación atípica desafina en el concierto de la movilización social, la del demográfico que rechaza al Presidente Andrés Manuel López Obrador. No es que esté mal que un segmento de la población se oponga al Presidente, todo lo contrario, la oposición no solamente es válida, sino enteramente necesaria para la estabilidad democrática. Sin embargo, el talón de Aquiles de la actual oposición es la carencia ideológica y programática que demerita la protesta.

Es en ese contexto que, como parte de varios llamados a las calles durante la administración obradorista y con reminiscencias al rechazo contra los paladines del Frente Democrático Nacional cuando el perredismo conquistó la capital mexicana, un segmento presumiblemente privilegiado se ha manifestado de maneras tanto confusas como risibles, con consignas desnutridas que exhiben una enorme pobreza cultural en contraste con la extravagancia material.

En plena transición de la Jornada Nacional de Sana Distancia hacia la nueva normalidad, donde la Ciudad de México permanece en semáforo rojo y alerta máxima por la COVID-19, el grupo opositor de corte clasista llamado «FRENAAA» tomó las calles de diferentes ciudades del país incluida la Capital para realizar una caravana en contra del gobierno de AMLO; dicha caravana no es más que un refrito de la movilización que una semana antes el partido franquista Vox realizó en España. Esta no sería la primera vez que esa oposición clasista copia fuera de contexto un símbolo de protesta, también se plagiaron el espíritu de los chalecos amarillos de Francia, sin tener claridad de sus motivos, sino que simplemente han adoptado una interpretación deslactosada del mundo a partir del sesgo informativo de las redes sociales.

Uno de los episodios más emblemáticos de la caravana móvil fue justamente la impugnación a la misma, desde una ventana del transporte público, donde detrás de un brazo se escucha «los obreros movemos a México». No es cosa menor; las protestas que han inundado las calles de México son regularmente masas obreras reclamando respeto y cumplimiento de los derechos la clase trabajadora, derechos que durante siglos han sido atropellados por las élites. Bastó una imagen, un reclamo, para manifestar en tiempo real la antítesis de un movimiento sin pies ni cabeza, pero sí con llantas y esto último es sumamente significante.

La repulsiva narrativa del privilegio se materializó a través de la protesta desde la comodidad de un vehículo, mientras que muchas de las causas que han abarrotado las calles lucen el desgaste de los zapatos, algunos incluso han salido a las mismas con los pies descalzos y aunque un puñado de desorientados se lanzan cómodamente a las calles para manifestar un desprecio carente de base ideológica fundado únicamente en el prejuicio clasista, el legado de la movilización social, de manifestaciones que quebrantan el alma el resonar reclamos de justicia, es imposible de nublar. 

Algunos voceros de dicha caravana se han jactado de manifestarse con superioridad estética y tal vez estén en lo cierto, si concedemos a Kierkegaard la sentencia del estadio estético como la persecución del placer e inferior a la razón ética y muy alejado del espíritu religioso, del que suelen llegar a presumir; vamos, que por muy elegantes, no son libres del instinto animalesco del torbellino de las sensaciones y la saciedad a sí mismo. 

No obstante y pese a lo grotesca que pueda ser la manifestación de dicho segmento, hay algo de lo que sí puede jactarse la sociedad mexicana, y es que, después de haber dejado en las calles tanto sudor, la suela y la saliva, después de derramar lágrimas y muchas veces hasta la sangre en la tarea de desarticular al autoritarismo, la represión se está abandonando como recurso. Sin embargo, las luchas sociales no deben darse por concluidas y de ninguna manera se debe dejar arrebatar la bandera en manos de alienados; aún queda pendiente resolver la demanda de millones de mujeres que exigen el cese a la violencia machista y por ningún motivo se puede olvidar ese reclamo, hasta que cada viso de injusticia termine por caer.