En Estados Unidos vive casi un millón de jóvenes de manera ilegal. Ellos llegaron a ese país siendo unos niños. Algunos incluso de brazos. Ellos no tienen cercanía ni ninguna raíz con su país de origen. Muchos de ellos ni siquiera hablan su “idioma de origen”. Ellos son más americanos que nada.
A pesar de eso, no son legales. No tiene un número de Seguridad Social y muchos viven en el día a día el temor a ser deportados. Y con la llegada a la presidencia de Donald Trump ese miedo no ha hecho más que crecer.
El programa DACA, en 2012, lanzado en la era Obama para darles una “inmunidad temporal” y algunos beneficios que tiene cualquier ciudadano estadunidense, llegó hasta los tribunales por órdenes de Trump con la intención de eliminarlo. Al final, se mantuvo en pie.
Pero en un giro dramático e inesperado, Trump lanzó un dardo electoral: prometió legalizar a los 700 mil dreamers. “Un camino a la ciudadanía norteamericana”.
En una entrevista con Telemundo, cadena dirigida al mercado hispano, el presidente 45 de la primera potencia del mundo, fue claro: “Voy a hacer una ley de inmigración”. En realidad, aclaró luego el mandatario, que sería una Orden Ejecutiva.
El DACA se resumen en un certificado de identidad y un permiso de trabajo que se renueva cada dos años. No equivale a ningún tipo de estatus migratorio ni da paso a pedir la ciudadanía.