Cuando era niña, conocí a una joven que padecía un retraso intelectual, su estatura estaba por debajo de su edad, ¡por mucho! Además, mostraba dificultad en el habla. En ocasiones llegaba a la casa para ayudar en las labores domésticas, pero era esporádico. Nunca supimos donde vivía o quién era su familia. Lo que más me llamaba la atención es que su comportamiento era la de una niña a pesar de que su cuerpo pudiera verse de un adulto joven. Tampoco iba a la escuela como todos los demás. Claramente sus prioridades eran otras. Una de ellas, por supuesto, era comer. Mientras nosotros jugábamos, ella solo observaba y de vez en cuando sonreía. Nunca quiso jugar con nosotros, pues ella decia que era “grande”. Interactuaba poco.
Han pasado muchos años y hoy más que nunca su recuerdo de nuevo se presenta en mi memoria por dos razones: su invisibilidad y su lejanía con el aprendizaje y la invisibilidad de ella, no era por su origen o por su estatus económico, sino porque nadie prestaba atención a las personas con una discapacidad como la que tenía. En ese momento el argumento era: es responsabilidad de su familia hacerse cargo. Esto implicaba que la familia decidía si la enviaba o no a la escuela. Sé que en el caso de ella, esto nunca ocurrió. Pero ella no es la única que no tuvo acceso a la educación, pues al día de hoy, la Covid-19 está abriendo la brecha de desigualdad educativa con los grupos vulnerables como son las personas con capacidades diferentes, mientras unos aprenden quizá mediante una plataforma tecnológica, un estudiante con capacidades diferentes requiere de muchos otros elementos para su formación.
Las intervenciones pedagógicas son absolutamente diferentes, incluyendo terapia de movilidad con ciertos aparatos que solo la escuela puede llegar a tener o las clínicas del Teletón hoy muchas de ellas al servicio de la pandemia. Así que siguen siendo el grupo invisible de las políticas públicas en nuestro país. Los hace ser invisibles para muchos. Y con esto, casi la mitad de la población, un 48.1% con discapacidad, percibe que sus derechos son poco o nada respetados y uno de estos derechos, es el acceso a la educación. Las personas con discapacidad presentan los mayores rezagos educativos: una de cada cinco no cuenta con educación formal según datos de la Encuesta Nacional sobre la Discriminación 2017, el porcentaje de la población de 15 a 59 años que no sabe leer ni escribir por grupo discriminado son la población con discapacidad que representa un 20.9%. Estos datos son antes de que nos llegara la pandemia del COVID-19.
¿Pero qué sucede en realidad con las personas que tienen una discapacidad y que aun están en edad escolar? ¿Cómo son las estrategias que se imparten en este momento a causa de la pandemia? Se percibe un estancamiento en su aprendizaje o todo está debidamente atendido?
Los maestros de educación especial… ¿De qué se afianzan para ayudar más y mejor a sus estudiantes? He visto muchos de ellos preocupados por estar atentos a sus alumnos y que no se disminuya el ya por demás, camino complicado que tienen. Esto es en las zonas urbanas, pero…¿en las zonas rurales? Las personas con capacidades diferentes y las personas hablantes de una lengua indígena tienen una menor asistencia a la escuela en edad escolar. Mientras el promedio nacional de asistencia a la escuela de 6 a 14 años fue de 96.6%, en 2017, para las personas con capacidades diferentes en este mismo rango fue de apenas un 79.5%.
Para continuar con el desarrollo de sus habilidades psicomotoras, de lenguaje, motriz, la escritura, la escucha activa, entre otras, los padres de familia son una pieza fundamental en la formación. Sigamos en ese camino. Hagamos visibles a todos. Nuestros ángeles deben tener sus alas fuertes para poder volar. Cada sonrisa es un apapacho a nuestro corazón. Hagamos equipo con ellos.
Las de chile seco
La educación a través de la televisión podría aumentar la brecha de desigualdades.Veremos sus efectos en algunos años, en las generaciones que se están construyendo.