Cuarta entrega de una serie enfocada a las nominaciones de los Premios de la Academia.
Aunque conocida la historia atroz de la traición que sufrió Jesús a manos de Judas, el hecho es más común de lo que se desea admitir; la confianza pareciera siempre encontrarse balanceándose en un hilo tan frágil, que apenas un movimiento en falso puede desbaratarlo.
Con este paralelismo histórico, el cineasta Shaka King presenta el relato de los últimos meses de Fred Hampton (Daniel Kaluuya) -presidente del Black Panther Party- quien viera su activismo concluido tan sólo a los veintiún años.
La primera toma nos sitúa en una reunión secreta entre el Departamento Policial de Chicago y el FBI. Esta acalorada discusión no podría ser otra, que uno de los temas que más gustan a los estadounidenses: justicia gubernamental.
Temiendo una posible rebelión social, estos guardines del orden han tenido en la mira desde tiempo atrás al Partido de las Panteras Negras y las posibles consecuencias que podrían acarrear, en otras palabras, acabar con el entramado social que los privilegia.
Al haber intentado inútilmente alertar sobre el peligro que tienen en Illinois, ambos grupos deciden que la solución más efectiva es infiltrar a un espía, para así conocer de primera mano los movimientos que Hampton y las Panteras Negras toman.
Desde los primeros minutos, la película hace una distinción clara entre el protagonista y el antagonista; Fred Hampton encarna al mesías: carismático, atento a las necesidades del otro y desinteresado. Su grandeza reside en los discursos que pronuncia en asambleas y reuniones, lo cual Daniel Kaluuya ha sabido realizar de excelente manera; esta interpretación singular que logra apropiarse del discurso recuerda un tanto a otros líderes como Martin Luther King, pero le añade un dramatismo personal que entona bien con la visión de Shaka King.
El personaje preocupado por las necesidades de la cultura afroamericana se manifiesta en comedores para niños, educación, justicia policial y demandas de libertad e igualdad. Con el protagonista tan trazado, se esperaría complejidad en el resto del cast, lo cual no sucede.
William O’Neal (Lakeith Stanfield) es el hombre designado para infiltrarse en las filas de las panteras, en gran medida por su habilidad para engañar a todo aquel que deseaba robar.
Su destreza es encontrada por el agente Roy Mitchell (Jesse Plemons), quien lo descubre al tratar de huir con un carro al hacerse pasar como investigador del FBI, la propuesta es clara: colaborar o enfrentar la cárcel.
Rápidamente O’Neal convence a los miembros del partido y su posición de confianza comienza a escalar, convirtiéndose irónicamente en director de seguridad. La amistad, aunque no se desarrolla tan íntimamente con Fred Hampton, si logra colocarlo como un miembro fiel que inclusive acusa a otros de engañar al líder, con el fin de despistar posibles sospechas.
La clásica cacería política
El filme se desarrolla como una cacería, en la cual el gobierno va tres pasos adelante; los lugares de reunión son descubiertos, las marchas terminan en enfrentamientos y todo intento por parte de las Panteras Negras son frustrados. Ante este panorama, de manera simultanea se desarrollan pequeñas historias, a las cuales no se les da solución y quedan como retazos mal pegados; la primera de ellas, una historia amorosa entre Hampton y la poeta Deborah Johnson (Dominique Fishback) quien se une al movimiento para ayudar en la escritura de discursos. Su participación podría bien resolverse en otra película, pero vista como un romance exprés, proporciona un resultado desastroso.
Por otra parte, algunos miembros que fueron asesinados en atentados por parte de policías de Chicago tampoco muestran una explicación más allá que un ajuste de cuentas, personajes que pudieron generar profundidad en la trama y no solamente ser utilizados como recurso para esfumar la tensión entre Hampton y O’Neal.
Nuestro antagonista tampoco termina de ser trabajado. En ocasiones es un hombre despiadado que busca dinero y protección, en otras escenas clave -dos específicamente- se muestra como un fiel creyente de la lucha afroamericana: cuando vitorea a Hampton en una reunión y Roy Mitchell nota un dejo de sentimentalismo en su mirada, así como minutos antes de ofrecerle al líder la bebida que habría de matarlo con un arrepentimiento presente en su expresión facial.
A pesar de realizar una buena reconstrucción de los hechos, la cinta falla en contar los últimos momentos de Hampton: los personajes e historia despiertan gran interés y permiten experimentar con un hecho no tan tratado en la lucha afroamericana. Los ingredientes son los correctos, más no el tratamiento que se les da.
Contando con mayores recursos en producción, fotografía y posibilidad de re imaginar la historia, Judas y el mesías negroqueda atrás de su rival directo, El juicio de los 7 de Chicago. Cercanas en temporalidad y acontecimientos, pero alejadas en resultados.
El desenlace -ya conocido- termina por ser el punto más importante donde se resuelven los nudos de la historia, el asesinato de Hampton inevitablemente terminó por destruir la sección de Illinois de las panteras y O’Neal no muestra su remordimiento sino años después de haber sido descubierto y conceder la única entrevista a los medios de comunicación, en la que declaró que “la historia me juzgará”. O en este caso, el largometraje.
Nominada a “Mejor película”, “Mejor actir de reparto”, “Mejor guion original”, “Mejor fotografía” y “Mejor canción original”, posiblemente pasará inadvertida en las premiaciones. Lamentable, al tratarse de un buen material que deseaba homenajear a un activista social vigente en estos tiempos.