El Estado de México asemeja una gran herradura que termina abrazando a la Ciudad de México y la periferia creada entre ambas entidades se ha convertido en una de las más duras: feminicidios, asaltos al transporte público y desapariciones sin responsables ni testigos, son parte del denominador común que ha hecho de Ecatepec, Ciudad Nezahualcóyotl o Tlalnepantla, municipios en los que siempre se vive una tensa calma.
Pero también el sur tiene sus peculiaridades. Tierras extensas, pero con menos densidad poblacional. Un clima caliente propicio para la siembra de aguacate, fresas o zarzamoras, por mencionar algunas. Pero también, ya en los municipios que colindan con Michoacán y Guerrero en los últimos años se ha popularizado la siembra de mariguana y el trasiego de otras drogas por un corredor que conecta con la tierra caliente michoacana. Un puente idóneo para luego introducirla a distintos puntos del Estado de México y comenzar su distribución.
Así, Luvianos, Tejupilco y Temascaltepec se han convertido en tierra de nadie. Al menos, hablando desde una óptica de Estado de Derecho. Porque todos saben quién o quiénes mandan en esas demarcaciones. La población calla por miedo. Otros más por complicidad. Y en los últimos días se ha calentado tanto la plaza que el comandante Juan Carlos Maya Martínez, coordinador Regional de la PDI en Tejupilco, fue secuestrado en Temascaltepec el sábado por la tarde. En Luvianos, el lunes fueron derribadas las cámaras del C5 del Gobierno del Estado de México.
Las imágenes reflejan una tierra de nadie. Una tierra donde el miedo no se respira, se vive. Una tierra donde no se vive si no es con miedo. Por la noche del lunes, afuera de la FGJEM varios agrupamientos hicieron una especie de vigilia esperando recibir la orden para ir al sur a encontrar a su compañero. “Atentar contra nuestros compañeros, es atentar contra esta Institución del Estado y responderemos con firmeza”, afirmó el Fiscal General José Luis Cervantes.
Lo que sucede en el sur del Estado de México es una muestra más de cómo el crimen organizado durante años ha formado pequeños autogobiernos. Y la ciudadanía, sin otra opción, ha tenido que ser parte de estos voluntaria o involuntariamente. La fuerza del Estado ha sido insuficiente para hacerle frente a organizaciones que han echado raíces.