Por: Karina Vera
Hablemos de la soledad, esa idea que atemoriza a la mayor parte de los seres humanos y que buscamos evitar a toda costa, pero que irremediablemente siempre terminamos en ella, la soledad es un sentimiento que atemoriza y que, si se está mucho o tiempo en ella, puede provocar daños, incluso podríamos volvernos locos y el tiempo, que pasamos en soledad, que se vuelve tan relativo e intenso, que se nos puede hacer eterno o efímero, que para cada persona es único, para nadie es igual. Las imágenes en soledad adquieren un significado distinto, pueden venir en recuerdos o alucinaciones de lo que alguna vez sucedió.
El océano tan inmenso como el tiempo y tan profundo como la soledad, tiene a sus propios navegantes, seres solitarios que surcan sus aguas y se quedan ahí, sólo contemplando, no hay nada que puedan hacer más que sólo contemplar y esperar a que algún día puedan llegar a un destino, muchas veces indefinido, el marinero es por antonomasia solitario.
«The Lighthouse», narra la historia de dos marineros, anclados a la tierra, pero separados por el mar, personas que sólo esperan a que el agua se apacigüe y la tormenta cese, en este proceso, sólo les queda esperar entre alcohol y poca comida, a que su cordura no los abandone; este film dirigido por Robert Eggers, funciona como un mecanismo de la locura y alucinaciones, pero que construye un alegoría del hombre ante la imposibilidad de convertirse en algo funcional, algo como una máquina. El mito de Prometeo trasladado a un símbolo, el faro, que dota de sentido al film, pero que a su vez carece de importancia, porque es la luz de ese faro lo que representa la iluminación en el sentido metafórico de la palabra, porque poseer esa luz, sería poseer la razón y la cordura, pero que en el proceso de llegar a ella, puedes perderlo todo, incluso tu humanidad.
Protagonizada por Willem Dafoe y Robert Pattinson, abandonados en un islote para cuidar y hacer funcionar un faro, que es el único rastro del paso humano por aquel lugar y lo que hay al rededor de él, a ambos los arrastró aquel lugar la necesidad de huir, de dejar atrás la vida que los perseguía, pero que sus demonios se niegan a olvidar; Eggers lo capta, como un golpe a la vista, hasta que no se sabe que es lo que se está viendo, con secuencias de imágenes demenciales que parecen no tener demasiado sentido, hasta que a lo largo del film se devela el sentido demencial y sexual que contienen lo que parece ser secuencias inconexas.
Lo cierto es que no nos importa lo que pasó antes con ambos personajes, sino que nos importa lo que pasa ahora, en el momento en que el deterioro humano cobra más importancia y se puede ver los estragos de la soledad en todos los sentidos hacen en ellos, no es sino hasta que la muerte los alcanza, que notamos que el tiempo y la soledad son una mezcla infalible para colapso humano, Eggers, a través de los recursos técnicos de la película, como la fotografía, en escala de grises, en un cuadrado perfecto, que da la impresión de estar viendo algo a través de fotografías viejas de alguien olvidado y que juntas conforman una historia con poco sentido, pero bella, ya que sólo son eso, imágenes y el sonido que aturde, a través de alaridos no sólo humanos, sino también del mar.
Eggers, retrata de manera magistral la locura y el temor que la soledad provoca, con imágenes aleatorias, que se quedan en nuestra cabeza, como el recuerdo instalado en nuestro subconsciente que llega a nosotros con las más horribles pesadillas, abandonando cualquier rastro de narración tradicional, en ese intento de recuerdo doloroso que se quiere olvidar, pero que es tan hermoso que persiste en la memoria.