Por Bruno Gasi.
Había estado tratando de llamar (…)
Con el fin de evitar despistes, retrocedamos el reloj el tiempo suficiente para entender las piezas que componen una evolución creativa que, pese a poseer un tenor siempre entrelazado — el (des) amor, sus (in) fortunios y por consecuencia las aventuras del ego — jamás olvida la virtud y singularidad que acredita a la obra completa de un tal Abel Makkonen, mejor conocido como The Weeknd , que hoy estrena nuevo álbum: “After Hours”.
Es 2015, “Beauty Behind the Madness” se consolida como un volumen exquisito. Definido en una palabra: ¿libido? No lo sé, pura suposición. El común denominador de ese capítulo apunta a ser la cúspide de un romance. La propuesta aparenta preceder casi de forma sublime a “Trilogy” (2012), un tridente compuesto por los primeros procesos musicales de Makkonen. Por cierto, ¿escucharon “Kiss Land”? (2013). En fin, tal vez es — sumamente — necesario para seguir con esta historia.
En el último suspiro de 2016, “Starboy” invadía la escena mainstream con influencias y aspiraciones procedentes de otra época. Daft Punk involucrado en un par de canciones; Abel con el corazón recién roto: claramente nada podía salir mal. Después hubo un momento incómodo. El único rumor fue que había sentado la mirada en otros ojos, acto que le valdría una desgracia en puerta. Mal que bien, como todo en la vida, solo era cuestión de tiempo.
En fechas inusuales y de forma precipitada, recién entrado 2018, The Weeknd rompió el silencio con “My Dear Melancholy,”, un paseo oscuro y desgarrador que cumplió el mismo propósito con el que se escribió: quedar en el olvido, producto derivado de una ruptura prolongada. Exceptuando solo una pieza, dejó mucho que desear. Sin embargo, con tres grandes discos en la bolsa, ese ligero tropiezo pasa casi desapercibido.
Después de largas esperas, Abel volvió. Parece que esta vez con mayores expectativas.
¿El podio? en primer lugar, el sencillo — según los mediáticos exagerados — más escuchado en el mundo actualmente; en segundo, una personificación caracterizada con destellos cinematográficos respaldada por una producción diseñada y estructurada cual meticuloso sastre ; en tercero, añádase la admiración que siempre le he tenido a Makkonen. Que no se confunda con la sinceridad que le tendría si fuera mi amigo.
Lo logró. Todas las facetas vibran en un solo disco, sin descuidar la visión del futuro. No hay colaboraciones directas; hay autorías y co-producciones interesantísimas que componen y pulen la obra. Nótese las intervenciones melódicas que crecen conforme los temas avanzan. La primera mitad del álbum es similar a la última película de Martin Scorsese: aburrida, que no es sinónimo de mala.
En una clara añoranza a “House of Balloons”, se percibe una clara experimentación en la música electrónica, una cosecha madura del camino recorrido. Todo parece transformarse a partir de Blinding Lights, culminando con After Hours. Si estamos atentos a los mensajes entre líneas, pese a ser polos opuestos (una raya en la alegría y otra duele en el alma, respectivamente) el mensaje no deja de ser claro: Abel ha cambiado.
Sí, todo parece indicar que sufrió, otra vez. El amor no deja de ser una de las fuentes más poderosas de inspiración, pero, ¿lo es todo?. Existen diversas opiniones al respecto. Independientemente de ello, “After Hours” no pierde mérito. La exactitud del sonido es admirable y la sobriedad — por mera edad — en el proceso de Abel es digna de reconocer. Recordemos que ya no es el imparable detrás de “Trilogy”, el ambicioso detrás de “Beauty Behind the Madness” ni el insufrible detrás “Starboy”. La singular característica de oscuridad, esta vez bastante reflexiva, nunca deja de sorprender.
Concluyo: el álbum no es el mejor, pintaba a serlo pero no se define como tal: mismas historias, distintas escalas. En el arte, lo importante es evolucionar y afinar una idea, pues al final quizás todos estamos atados de algún ancla y solo nadamos en diferentes direcciones.
(…) Hoy el mundo levantó el teléfono.