Familia muégano…aún en tiempos de cuarentena

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Desde que tengo uso de razón, los fines de semana en casa de los abuelos eran una verdadera fiesta. Nueve hijos. Al día de hoy, los 19 nietos y los 9 bisnietos, queremos seguir haciendo fiesta todos los fines de semana.

Y es que la cosa era así. La mesa de la cocina, no tan grande, hacía espacio para albergar a cerca de 15 comensales a la vez. El que no alcanzaba, o esperaba una segunda tanda o se iba a la «mesa formal». Aunque esa no tenía esa calidez que desborda una que está al lado de la estufa.

Gorditas, nieve y polvorones, eran los aperitivos de esas fiestas. Claro, una que otra cerveza para los grandes o ya un fuertecito entrada la tarde. Recuerdo ese olor del mole verde que preparaba mi abuela y que hoy una de mis tías ha heredado como receta insignia. El almuerzo era el típico de la región: vísceras cocinadas en una extraña poción que al día de hoy no descifro pero que llevan en su esencia una carga de amor puro.

Fuimos creciendo y aunque algunos vivimos en la Ciudad de México, otros en Metepec, uno más en Guanajuato, un trío en Estados Unidos y los menos en Toluca, seguimos haciendo de nuestra Villa el centro de reunión. Pero gracias al Coronavirus debimos frenar esa dinámica que llevábamos desde hace casi 30 años. Fin de semana: corres al pueblo. Algunos no entienden la libertad de estar allá. Purificar los pulmones. Purificar el alma abrazando a los tuyos. Purificar tus brazos tomando lo que te toca y que más amas en el mundo: la familia.

Debo confesar que este encierro, aunque llevo 13 años fuera de la casa materna, me ha servido para reforzar esos valores que me unen a los míos. Más allá del apellido, costumbres, ideologías y un chat familiar que nos deja cerca de 500 mensajes diarios, nos ha dejado claro que nos necesitamos para sobrevivir. Sí, claro, hay unos mas activos que otros. El chiste aquí es que todos sabemos que estamos con el otro.

Es duro decir: nos vemos cuando esto acabe, cuando era un clásico vernos aunque fuera por unas horas para ponernos al día viéndonos a los ojos. Pero hay una entusiasta en la familia (de esas nunca faltan), que se le ocurrió que Zoom era la opción para…hacernos Zoom y vernos más de cerca. Debo confesar que al inicio me pareció un tanto exagerado ese extrañamiento. Luego, me di cuenta que hasta extraño el olor del cuarto de mis papás cuando llego a visitarlos.

Aunque algunos no pudieron estar en la reunión virtual, agradezco a la vida que nos dé esa oportunidad de acercarnos aún estando lejos. Somos afortunados y, aunque suene trillado, muchas veces damos por hecho que nos «toca vivir así». Mi hijo de casi dos años se quiere comer a sus abuelos a besos por la pantalla. Y claro, se enoja cuando no puede abrazar a sus «buelos».Pero debo confesar que es quien mejor está llevando este encierro.

Somos una familia muégano. Lo seguiremos siendo, no me queda duda. Somos una familia que en sus valores encuentra la respuesta a muchas incertidumbres que causa la vorágine de una sociedad cambiante.

Hoy, a don Mardonio y Doña Trini les reventaría el pecho de tanta emoción al ver la cosecha de todo el amor que sembraron.¡Salud!