Por: Fernanda Valdés
Dos frascos de esmalte me observan retadores desde la cómoda de la habitación que dejé hace un año y a la que ahora, por causas de fuerza contingente, he vuelto, de manera temporal, supongo. Los compré la última vez que fui al supermercado, un día, que aunque no hace tanto, ahora se siente distante, distinto también.
¿Me pintaré las uñas?, todas las mañanas esa idea ronda por mi mente, acompañada de muchos otros pensamientos a corto y a largo plazo, que hacen que mi respiración se haga pesada. Y es que la mañana, se ha convertido en el espacio de la caída en cuenta; también del desafío: ¿estaré captando la magnitud de todo esto?, ¿estaré exagerando?, ¿pecaré de incrédula o de paranoica?
-¿Cómo amanecieron? “un día más, también un día menos” nos escribimos en el chat donde solemos compartirnos el estado de las cosas. ¿Un día más o un día menos? ¿Para qué?, lo escribimos en sentido positivo, sin dejar de sentir cómo de algún modo, se nos apachurra el corazón, nos sabemos angustiados.
Muchas veces entre risas hablamos de juntar nuestras habilidades de supervivencia para instalarnos en una comuna, haríamos pan, criaríamos gallinas, tomaríamos buen vino y envejeceríamos con dignidad. Nunca, en realidad, pensamos en nuestra comuna, con la sensación de emergencia.
¿Ustedes también se han sentido así? ¿como que llevan la cuenta, pero no saben si va para adelante o para atrás?
En redes sociales todos los días vemos el despliegue de talentos: dotes culinarios, retos de ejercicio, amigos y colegas encontrándose por Zoom, mamás y papás haciéndole al multitasking, los más afortunados, entre los afortunados, disfrutando de la “cuarentena” en una hamaca. También están las -siempre oportunas- muestras de solidaridad.
“If you can´t go outside, go inside” he visto circular en cientos de perfiles, y es verdad, son tiempos para mirar adentro, para darnos la oportunidad de replantearnos cualquier cantidad de cosas, que, en nuestra dinámica normal, estábamos dejando de lado.
Pero he de confesar, a mí, en lo personal, me llena de nervios la idea de no estar pensando lo suficientemente en el afuera que vendrá, después de todo esto.
Y no dejo de reconocer que me angustio, desde todos los que no puedo dejar de reconocer como privilegios: la salud, la seguridad, el apoyo familiar, la fortuna de poder seguir trabajando desde casa y de una forma casi regular, que no obstante, ha hecho que se sienten frente a la computadora: la que necesita la cabeza en orden para poder pensar y sacar la chamba, la que de todos modos tiene que pagar las cuentas, la mamá que la quiere hacer de Miss, y completar el “Gálvez” sin errores y sin perder la paciencia, y yo, que también quisiera aprovechar la cuarentena, para replantearme un millón de cosas sobre mi vida y ponerla en orden.
Está también el mar de información en el que nos hemos sumergido, visiones científicas, políticas, esotéricas, de todas hay y pa´aventar pa´rriba y, como en muchos otros episodios, vale la pena recordar, que, en nuestros tiempos, el que haya muchísima información, y muchísimos medios para obtenerla, no necesariamente guarda una relación directa, con la calidad o el grado de verdad con el que nos aproximamos a los temas. Supongo que a muchos nos está pasando, que nos hemos hecho de nuestras fuentes confiables para sentirnos más informados que paranoicos.
Se han vuelto comunes en las conversaciones los “ahora que volvamos a la normalidad”, “cuando pase la cuarentena”, “ya que regresemos a tal, o cuál”, lo decimos con aire de certeza, pero también con sospecha de incertidumbre.
¿Volveremos a la normalidad?
Hoy leí un artículo del Tech Review del MIT que me compartió una de mis hermanas y hablaba justo de esto, de que eventualmente y literal aquí y en China tendremos que caer en cuenta de que no volveremos a la normalidad, al menos no a la que conocíamos y no sabemos si abriremos la puerta una mañana con sol en la que se habrá restaurado el orden y todo parecerá resuelto como en tantas y tantas películas distópicas que hemos visto.
Explicaba cómo a pesar de que logremos aplanar la curva de contagios y muertes por Covid, con que exista una sola persona en el mundo infectada con el virus, seguirá siendo necesaria la distancia social y quizás incluso el aislamiento por periodos prolongados, el tiempo necesario para que exista una vacuna, y ésta, además, surta los efectos esperados.
También iba sobre la posibilidad de una total reestructuración en los sistemas laborales, educativos, desde luego, de la urgencia en la renovación, reinvención tal vez, de los sistemas de salud y planteaba un periodo de 18 meses, en los que el mundo -como lo conocíamos- sufriría tremendos cambios en términos económicos, sociales, culturales.
¿Esto nos afecta a todos? sí, desde luego, pero es innegable que no nos afecta de la misma forma, ni en la misma dimensión y es justo por ello que también habrá que plantearse los nuevos temas urgentes.
¿Cuánto tiempo podremos sostener como sociedad las dinámicas que han emergido ante la crisis?, ¿se instalarán de forma permanente en nuestras estructuras de realidad? y, ¿cuánto tiempo serán capaces de sostener esas estructuras los cimientos que hoy conocemos como verdades absolutas?
No hay que llevar tan lejos el pensamiento, basta con dirigirlo a lo esencial: el tiempo que durará con gasolina el auto de la persona que hace entregas a domicilio, los insumos para elaborar lo entregado, la materia prima para producir esos insumos y como éste, cualquier cantidad de otros ejemplos.
Ahora, más que nunca y desde el distanciamiento social, vale la pena reflexionar sobre nuestras dependencias, sobre las interdependencias, de las que depende nuestra supuesta independencia… sobre las formas que tenemos de relacionarnos, no solamente con las personas, sino también con los espacios, con los objetos, con los acontecimientos.
“Aceptémoslo, el estilo de vida que conocíamos no va a volver”, dicta el encabezado del texto y cada palabra en esa frase suena a sentencia.
¿Volveremos a la normalidad?
Personalmente, no lo creo. Al menos no a aquella que no obstante lo perfecta o lo maltrecha o lo caduca que estuviera, nos está costando soltar.
Pienso más bien, que aunque suene simple y en verdad sea bastante complejo, a lo que nos enfrentamos y nos enfrentaremos por un buen rato es a la urgencia de valernos de nuestras mejores versiones en términos de empatía, de civilidad, de creatividad, para echar mano de ellas y empezar a construir nuestro Nuevo Normal.
Mañana, quizás, me decida a pintarme las uñas.