El año 2020 estará marcado para siempre por la narrativa de la pandemia del coronavirus, que se ha viralizado en todas las esferas de la sociedad tocando, entre todo el mar de relaciones humanas, a las manifestaciones religiosas. Como es costumbre ante momentos de crisis, la recurrencia a símbolos y mensajes proféticos se hace habitual, buscando señales de un fin de los tiempos, común y equivocadamente llamado apocalipsis (revelación).
Sin embargo, el fondo de la enseñanza religiosa, sobre todo del cristianismo que aun permea en occidente, va más allá de un relato del fin de la humanidad; se centra (muchas veces) en una denuncia constante de los sistemas sociales que reproducen la injusticia. Uno de los episodios más ruidosos al respecto ha sido la justificación cristiana, por denominarlo de alguna manera, que Andrés Manuel López Obrador ha empleado, citando la Homilía de Santa Martha, por el Papa Francisco, para encaminar su política de emergencia económica ante la recesión que la COVID-19 acarrea para el mundo.
El plan presidencial no requiere mucha explicación, básicamente rompe con la tradición de usar dinero público para rescatar las finanzas de los grandes capitales tras las crisis económicas, lo que ha señalado como una receta neoliberal, para dar un giro arriesgado, apostando todavía más a la programación social y un plan de créditos para pequeñas empresas y negocios. La respuesta, como era de esperarse, fue muy mal recibida por los grupos empresariales y por la oposición de corte derechista.
Del resultado de dichos programas aún es temprano para evaluar si son acertados o no, básicamente porque es imposible asegurar los resultados ante lo que parece ser un parteaguas en las políticas económicas del mundo y en medio de un desorden global donde el neoliberalismo agoniza. Sin embargo, en un momento de la humanidad donde la historia parece redefinirse, más que llegar a su fin (como planteaba Fukuyama), el resurgimiento de discursos apegados a la fe podría significar el retorno de las ideologías para hacer frente al pragmatismo. Ya antes Bodin ha planteado la importancia de asentar a la sociedad en tres pilares para alcanzar la felicidad colectiva e individual, desde la fortificación de habilidades intelectivas y contemplativas que sometan los apetitos a la obediencia de la razón; estos pilares son la ciencia (que nos ayuda a discernir lo falso y lo verdadero), la prudencia (que nos enseña lo bueno y lo malo) y la verdadera religión (que nos instruye en práctica de la piedad). Según el Apóstol Santiago (1:27), la religión pura y verdadera es aquella que se ocupa de asistir a los necesitados, como los huérfanos y las viudas; básicamente, los pobres, impidiendo la corrupción del individuo por el placer del mundo.
Esto obliga a debatir acerca de dónde queda el humanismo y la cristiandad de una derecha cuyos objetivos abandonaron a los débiles para venderse a los intereses del capital, aun cuando el mismísimo Jesús señaló lo difícil que es para los ricos desapegarse a las riquezas y asirse a la piedad, de cómo el amor al dinero obstaculiza la entrada al Reino de los Cielos. (Mt. 19:16-23)
Esta paradoja que muchos interpretarían como parte de la mitología religiosa se hace tangible ante una crisis económica, pero también moral, donde el sector de derecha, identificado como religioso a ultranza, sobre todo, allegado al catolicismo, se aleja de aquellos principios morales de la fe cristiana.
Al respecto, nuevamente Santiago Apóstol pone el dedo en la llaga al denunciar cómo los dueños del capital acumulan riquezas para los días postreros mientras retienen salarios, cómo este sistema económico ha dado muerte a los justos mientras la opulencia embriaga a buena parte de sus mandamases. No sólo eso, sino que vaticina días de miseria, de podredumbre de las riquezas para aquellos que han hecho del dinero su dios y de la acumulación, una religión. (St. 5:1-7)
Esta dialéctica sobre la desigualdad social, esa que Hegel explicó a través del amo y el esclavo, es más que una mero planteamiento filosófico y base de una ideología, sino una realidad que se acentúa en tiempos virales donde el hambre de reconocimiento es superada por la necesidad de supervivencia, la cual se manifiesta desde posiciones asimétricas. El coronavirus está forzando el replanteamiento del sistema económico, ese que ha convertido a la persona en un recurso productor consumible, dilema del hombre engranaje (Ernesto Sábato), hasta la recuperación de la esencia espiritual del ser humano frente al hedonismo; un hombre íntegro.
El evangelio según COVID-19 es la oportunidad de abatir la tecno-econolatría para lograr la descosificación de los individuos; la urgente necesidad de salvación de un mundo decadente.