Por Nestor Leandro.
Con la llegada del virus COVID-19 a nuestro país, vinieron los ansiados precios bajos de la gasolina, pero desgraciadamente no por el buen manejo de políticas económicas adecuadas, sino por la poca demanda que tienen las distintas industrias y sectores de la economía ante el rompimiento de las cadenas productivas. Hay dos tipos de gasolina que más usa la gente para sus vehículos: Magna y Premium. Desgraciadamente en México, y en varias partes del mundo, contamos con una gasolina más peligrosa y que mueve los prejuicios de miles de personas aún: la discriminación.
La última Encuesta Nacional de Discriminación realizada en 2017, arrojó el alarmante dato de que una de cada 5 personas en nuestro país, de 18 años o más, había enfrentado algún tipo de discriminación. La emergencia sanitaria desatada por el virus del COVID-19, lejos de solidarizar a los mexicanos, llegó a poner una escala más en estos terribles señalamientos: la discriminación por miedo al contagio.
En 1934, el partido nazi en Alemania y Polonia recurría a pintas de estrellas de David en las vidrieras de los negocios judíos para cercar a esa población y que la gente no fuera a comprar allí. En México, ya no estamos tan lejos de ese contexto, pues a últimas fechas, en distintas fachadas de hogares en varias colonias populares y municipios de distintos estados del país, han aparecido pintas lastimeras, degradantes, cargados de odio e ignorancia, de cero empatía y estigmatizando al enfermo y a sus familias. La “buena” voluntad de quienes hicieron esto fue realizada con la falsa premisa de alertar a la población que por allí no transite; igual que con la comunidad judía, víctima del fascismo.
Como si no tuvieran ya suficiente con lo que esas familias enfrentan, las frases usadas que atraviesan las fachadas o puertas de esos hogares ahora son “Aguas, contagiados por COVID-19”. La estigmatización de personas contagiadas se ha extendido más peligrosamente que cualquier otro virus, no sólo por parte de los vecinos y conocidos, sino también por parte de las empresas que las emplean, pues les han limitado, en muchos casos, su acceso al trabajo a través de amenazas de que serán despedidos.
A otros se les ha negado el acceso a la salud, al rechazarles la atención en algunos hospitales. De la misma manera, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación ha recibido denuncias de algunas personas a quienes se les ha impedido el acceso a refugios temporales.
La desigualdad económica también ha jugado un papel importante en estas últimas semanas, donde se ha responsabilizado a muchas personas que por motivos económicos no pueden dejar de trabajar y por tanto no pueden quedarse en casa, atendiendo al llamado de emergencia sanitaria. México es un país donde predomina la desigualdad socioeconómica, en el que seis de cada 10 personas tienen un contrato laboral formal, con prestaciones que les permiten acceder a los servicios de salud, pero el 40 por ciento restante están en mayor desventaja. Quienes no pueden quedarse en casa y tienen que salir con miedo de sus hogares, sufren ataques y estigmatización por parte de la población que tiene un poco más de posibilidades monetarias. Importante considerar también estos ataques.
Sorprendentemente, los encargados de cuidar nuestra salud, ahora son estigmatizados, despreciados y agredidos. Si antes llevaban con orgullo su uniforme y se movían sin problema por toda la ciudad, luciéndolo y causando admiración a su paso, hoy tienen que quitárselo para salir a la calle. A este desprecio, producto de la ignorancia, hay que agregar el miedo a ser atacados, amenazados de muerte, rociados de cloro, o a que se les impida viajar en transporte público y, por si fuera poco, también viven el miedo a llevar a sus familias el virus y la muerte.
Pero además de las pintas contra casas de personas contagiadas y en las agresiones contra personal médico, hay un componente de misoginia. No es coincidencia que en México, a diferencia de otros países, las víctimas de las agresiones con cloro contra personal sanitario y de quienes nos están salvando, sean en su mayoría mujeres. Estas agresiones se han incrementado desde que inició la cuarentena. La violencia de género y contra la población LGBT+ no se ha ido en esta cuarentena, por el contrario, se ha recrudecido.
Diversas organizaciones a favor de los derechos de la población LGBT+, han denunciado el incremento de la violencia homofóbica contra sus integrantes en sus propios hogares; desde casa, surgida a partir del confinamiento, el llamado a quedarse en casa es muy complicado y ha derivado en confrontaciones con sus familias. En estados como Jalisco, Querétaro, Guanajuato, se han conocido ya casos de amenazas de echarlos de sus casas por sus preferencias sexuales y no se descarta que más de alguno de estos hechos se haya consumado en plena pandemia, cuando es un riesgo permanecer afuera.
Y no nos quedemos sólo con los ejemplos mexicanos, veamos en el mundo. La insólita discriminación que sufrieron los españoles, franceses o italianos en el extranjero, ya la estaban sufriendo los asiáticos en todo el mundo. El virus no sabe de nacionalidades, ni fronteras; está ocasionando mucho dolor, muerte y un gran sufrimiento emocional, por lo que no es necesario agregar más daño lastimando a otras personas. Los migrantes también ahora, encima de todos los prejuicios que enfrentan, tienen ya otra medalla de deshonor colgada por la ignominia de la sociedad: el miedo de que ellos transporten el virus.
Otro tipo de discriminación que se ha visibilizado y que siempre ha estado allí (aunque de mucho menor impacto) es para los que cuidamos las normas higiénicas y crecimos en colonias populares. Cuando vemos a los demás deambular sin el menor cuidado, entramos en shock, pues, aunque seamos producto del barrio, hemos tenido otro tipo de roce social y mucha parte de nuestro pueblo no; desprecia a todo aquel “sabiondo” que le llega con información de fuera, precisamente más si es del mundo donde han sido relegados desde hace tiempo, no hay confianza en “la persona culta”. En esos barrios no suspiran por Hugo López-Gatell.
La discriminación tiene mucho de prejuicios, estereotipos, racismos, nacionalismos, pero también de ignorancia y miedo. La discriminación es irracional, no existe fundamento para que alguien se sienta más y excluya a otro por la razón que sea. El Covid-19 no solamente nos trajo gasolina barata, por el momento, y una crisis económica por delante, nos trajo el fortalecimiento de la discriminación que enfrentamos cotidianamente y de otros tipos más que no imaginábamos que existían.