Un Youtuber, o llamémoslo influencer, puede llegar a facturar medio millón de pesos al mes. Sus ingresos se basan en publicidad atraída por los millones de views o clics que registran sus videos, posteos o transmisiones en vivo. Tres anglicismos en un solo párrafo es la mejor muestra de lo alejado que está este esquema de nuestra realidad.
Su crecimiento ha sido exponencial y las redes sociales se han adaptado a su forma, pero han descuidado ese fondo. Y claro, para bien o para mal, se han convertido en un modelo a imitar y de a poco se convierten en ese “quiero ser” de pubertos y adolescentes.
Hasta hace algunos años, en el imaginario infantil ese privilegiado sitio estaba destinado a tres profesiones: médicos, bomberos y policías. Para fines de este texto, saquemos de este trinomio imperfecto a los dos últimos y centremos nuestras baterías en médicos, enfermeras y personal de salud que trabaja en condiciones precarias y a veces sobrehumanas.
Vayamos a lo práctico. Un médico especialista, sí, de estos que están luchando contra la Covid-19, como mínimo pasó 10 años estudiando. La mitad de ellos, ha estado en un hospital donde llegó a hacer guardias de trabajo de 36 horas. Sin parar. A veces sin dormir. Las más, sin comer. En contraparte, cualquiera con un poco de “chispa, ingenio y sensualidad”, puede convertirse en una verdadera estrella de las redes sociales digitales. Ellos no necesitan preparación. Tan sólo un discurso que se adapte a la instantaneidad y banalidad que muchas veces la audiencia exige.
Su estilo de vida, al no ser tan glamoroso y aspiracional, ha sido sustituido por el de personajes que esconden más de lo que muestran. Pero ellos no son los únicos culpables que estos modelos a seguir hayan cambiado. Para una marca (cualquiera) es más atractivo mostrar o impulsar modos de ser, actuar y convivir que no requieran tanta complejidad. Tampoco, un esfuerzo mayúsculo.
Y ese modelo, traducido en números y bienestar, se ve reflejado en salarios dispares. Héroes distantes. Un médico, en promedio, llega a ganar en una institución pública entre 30 y 40 mil pesos, esto ya con varios años de servicio. En contraparte, una estrella tuitera puede cobrar eso…por un tuit. Sí, 280 caracteres para reflejar una postura. Una extraña manera de ofertar y demandar conocimiento, experiencia y, sobre todo, sabiduría en un país con altas tasas de analfabetismo.
Sin afán de crucificar ni estigmatizar a los nuevos influencers de nuestra sociedad líquida, hay una realidad que no podemos negar: nos estamos equivocando al elegir a nuestros héroes. Nos estamos equivocando al prestar más atención a una opinión pagada, que a un acto humano y desinteresado como es el de salvar vidas. Quizá si poco a poco, como sociedad, al unísono exigiéramos y en nuestros algoritmos eleváramos la calidad intelectual de nuestras búsquedas, otros héroes nos representarían.
Repensemos a nuestros héroes y volvamos a lo básico. Volvamos a idealizar esas profesiones y hagamos que su remuneración se base en el mérito. Volvamos a ser humanos y humanicemos nuestras ideas, pensamientos…y la vida misma.