Por Palafox, M.
«…Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y
siento que estás hecha para mí, que de algún modo
me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos
me convencen de ello, y que no hay otro lugar en
donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu
cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y
los dos desaparecemos un instante, nos metemos
en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo
hambre o sueño.
Todos los días te quiero y te odio irremediablemente.»
– Te quiero a las diez de la mañana, Jaime Sabines.
Proclamado como una de las sensaciones más poderosas de la tierra, el amor domina como un Dios, mar y tierra. Muchos poetas se adueñan de él y alzan versos dignos en su nombre. Conocemos a Sabines, un amoroso sin remedio quien transforma el fuego en tinta y papel; Shakespeare, quien nos vió morir en cada escrito para solo revivir en el siguiente; Elvira Sastre, quien tomó cada parte de nuestro corazón y pintó las paredes de Madrid con cada letra que lo conforma; Pablo Neruda, Rosario Castellanos, Mario Benedetti, Julio Cortazar, todos vieron al amor como una forma etérea de la existencia, una vehemencia irremediable, inevitable tempestad.
Cuando nos inunda nos volvemos fantasmas y bailamos hasta que los pies se pintan carmín, el sueño se vuelve una necesidad innecesaria y nos alimentamos de las mil pasiones que avivan nuestro interior. Pero, ¿se llegaron a preguntar, qué lo hace tan impetuoso? ¿Cómo llegamos de un estado de sosiego al estremecimiento?
Al igual que la tristeza, la felicidad, el estrés y el deseo, el amor tiene, al contrario de lo que muchos artistas muestran en sus obras, el origen en el cerebro, el centro de nuestras funciones y decisiones. Justo allí, donde logramos avistar el lugar de la lógica puede llegar a desembocar el caos si tiene las estimulaciones adecuadas. En efecto hay química, pero en el sentido menos sentimental de la palabra.
La bióloga y escritora Dawn Maslar M.S nos explica qué sucede cuando nos enamoramos. En el proceso algunos niveles de ciertos neurotransmisores suben y otros bajan, ¿alguna vez sintieron que el corazón reclamaba salida por su pecho? El cortisol, llamada «hormona del estrés», aumenta provocando que nos sintamos nerviosos y ansiosos mientras que la oxitocina, «hormona de la confianza», provoca apego y la serotonina cae, provocando que nos obsesionamos, justo como los consumidores de cocaína. Pero incluso poniéndolo de ésta manera, es algo muy general y nadie funciona de las mismas formas.
Al día de hoy se busca la igualdad de género, ésto desde tiempos remotos, pero la química no engaña. Cuando se trata de amor, ambos cerebros funcionan de manera distinta, mientras que en las mujeres la dopamina (productora de emoción) y la oxitocina (productora de confianza) al tener contacto y cercanía van en incremento. En los hombres no llega a ser, ya que la testosterona bloquea el efecto de la oxitocina, ésto deja a la dopamina y vasopresina al mando, subiendo cuando se sienten atraídos y cómodos alrededor de alguien. Después de un tiempo, la testosterona cede y le da el paso a la oxitocina, quien llega a crear un vínculo verdadero.
Nuestro maestro Rilke creó muchos de los más trascendentales poemas gracias a la química de su cerebro sin llegar a saberlo y aunque son increíbles las conexiones de todo nuestro sistema, nuestro sentido siempre rechazará cualquier tecnicidad que nos transporte a ese estado de trance.
A lo largo de la historia fue y seguirá siendo inexplicable motor de nuestros cuerpos y almas. La ciencia y el amor ahora comparten la misma cama.