Por Rodrigo Balvanera
La pandemia de coronavirus que vapuleó al globo entero ha obligado a las sociedades a reestructurar las interacciones humanas. A repensar el paradigma capitalista de occidente y reflexionar sobre la vida comunitaria a la que nos queremos dirigir. Mientras el mundo se dispone a adentrarse a la “nueva normalidad” pos-cuarentena – y la gente está ávida de inundar las calles, retornar al consumismo rapaz y a los esquemas laborales inhumanos – la sociedad y el estado, como siempre, invisibilizan a sectores en situación de vulnerabilidad cuyo acceso a esta neo-normalidad será sumamente tropezado e infortunado.
Imagínese la “nueva normalidad” de dos niñas centroamericanas que buscan reunirse con su madre, migrante en los Estados Unidos desde hace un lustro. Una niña de nueve, otra de seis años. Un coyote las dejó en medio del desierto de Sonora. La policía migratoria norteamericana las había colocado en un albergue en donde podrían esperar el proceso burocrático, ante la ola de violencia que desbarata Honduras, para convertirse en refugiadas. La pandemia pegó. El presidente Trump limitó los procesos migratorios. Lo demás es historia. La “nueva realidad” de estas dos niñas gravitará en el funesto periplo que tendrán que realizar hasta su natal Honduras. Con sus derechos humanos en latente peligro a merced de narcotraficantes, tratantes de personas y autoridades migratorias mexicanas.
Hay que cavilar acerca de la “nueva normalidad” de una mujer que, durante la cuarentena, fue golpeada por su marido alcohólico y ante su advenimiento de querer salirse de la casa y llevarse a sus hijos fue amenazada de muerte. La mujer, probablemente, enfrentará una “nueva realidad” llena de manipulaciones psicológicas. Violencia verbal, económica y patrimonial. Llantos, gritos, golpes, amenazas. Se confrontará a una sociedad machista que no le creerá, que no la apoyará, que la ninguneará. Y perderá toda esperanza, mientras observa al presidente en su mañanera asegurando que la violencia contra las mujeres no ha aumentado. Esa será su “normalidad”.
Evóquese la “nueva realidad” de una persona con discapacidad motriz, cuyo cuidador, terapeuta o sostén emocional lamentablemente falleció por complicaciones de la covid-19. Su “nueva normalidad” tal vez consista en la imposibilidad de acudir a un sanitario, de trasladarse físicamente de un lugar a otro, de sostenerse de barandales o pasamanos por cuestiones de salubridad. Cinco de cada diez personas con discapacidad son adultos mayores, según la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENDADID) del 2018, los cuales se encuentran entre la población en situación de riesgo de enfermarse gravemente por la nueva cepa de coronavirus. Su “nueva realidad” es pavorosa.
Concíbase la “nueva normalidad” de un joven homosexual que, tras estar confinado por varias semanas con su familia, decidió salir del clóset. Su madre, con exceso de lagrimeo, lo deshereda. Su padre le grita, lo golpea y lo corre de la casa. La “nueva normalidad” de múltiples adolescentes de la comunidad LGBT+ estriba, tal vez, en la búsqueda por un refugio o un trabajo en donde no sean discriminados por su orientación sexual, o la peregrinación de hospital en hospital hasta hallar uno donde no les sea negado su derecho a la salud. La incierta “normalidad”.
Reflexionemos sobre la “nueva realidad” de una comunidad indígena en la Sierra de Juárez en Oaxaca, donde no existe el acceso al agua potable y está geográficamente incomunicada. Donde la información de salubridad gubernamental, en tiempos de pandemia, no la recibirán en su idioma natal. Donde el acceso a la salud es nulo. Para esta comunidad, que ha sido histórica y sistemáticamente invisibilizada y marginada, su “nueva normalidad” radicará en el aumento de la pobreza, en la imposibilidad de mantener medidas de salubridad a causa de la falta de agua, en el posible contagio masivo y riesgo de complicaciones por covid-19 a causa de la falta de acceso a la salud.
Desde una óptica elitista y chilangocentrista, la entrada a la “nueva normalidad” tal vez se concentre en cuándo se podrá visitar un parque, ir al cine, abrir un negocio, pasear por un centro comercial. Cuándo se verá a los amigos, se podrá salir de fiesta o ir al gimnasio a hacer ejercicio. Para muchas otras personas en situación de vulnerabilidad la “nueva normalidad” será catastrófica.
No nos olvidemos que impedir que estas “nuevas normalidades” se conviertan en la norma, valga la redundancia, es deber del estado. Y es nuestro encargo exigirlo.