El 1 de diciembre de 2018 zarpó el barco Cuarta Transformación con todas y todos a bordo. La mayoría iban felices, soplaban aires de cambio, de uno verdadero y no como en el 2000, según se dijo por el capitán. La confianza se contagiaba, el capitán era responsable de ello. Las y los oficiales de la tripulación estaban entusiasmados por llegar a Puerto Esperanza, lugar donde a todas y todos nos iría muy bien.
Sin embargo, poco a poco, el capitán empezó a cambiar la ruta. Después de mucho esperar por dirigir el barco, no iba a dejar que los demás quisieran decirle qué hacer. 12 años esperó para estar al frente de la nave, creía saber lo que era lo mejor, aún cuando hubiera tenido que mentir para lograrlo. El oficial Carlos Urzúa, quien era responsable de mantener los recursos del barco, vio que el capitán había prometido mucho, pero no había manera de llegar a Puerto Esperanza. Habló con el capitán, pero éste era terco y terminó el oficial por separarse del encargo al observar que la brújula del capitán no funcionaba correctamente.
Los ánimos empezaron a caer en la tripulación. Las dudas sobre el manejo de los recursos eran muchas y el nuevo oficial, Arturo Herrera, no parecía ser el mejor para esa tarea. Sin embargo, la tripulación contaba con oficiales capaces en diversas áreas, que parecían saber cómo trabajar. Una de ellas era la oficial Olga Sánchez Cordero, quien había estado en diversos cargos en el barco, incluso antes de ser oficial había estado entre la tripulación legislativa y había hablado de temas que preocupaban a tripulantes en general.
Pero algo sucedió, al dejar la parte legislativa y asumir como oficial, Olga Sánchez dejó los temas que había impulsado. Aparecía en los eventos, pero sin hablar, sin manifestarse. Los temas a los que debía ocuparse por su puesto, pasaron a manos del oficial Marcelo Ebrard, mano derecha del capitán y quien se ve como futuro capitán. Olga se volvió un fantasma en el barco, paseando entre la tripulación, escuchando las quejas, prometiendo, pero sin llegar a nada. Las mujeres se le acercaban para reclamar violencia por parte de algunos hombres, la oficial Olga aseguraba ayudar, pero las mujeres perdían la esperanza cuando el capitán le decía a la tripulación que todos eran felices y que no había problemas.
El barco empezó a sufrir daños. Las velas se rompieron y la velocidad fue disminuyendo. La oficial Rocío Nahle consideró que era mejor aventar el ancla para no ir en retroceso, ante la insistencia de quienes le aseguraban que era momento de poner a funcionar el motor que se había construido con anterioridad, pero el capitán prefería seguir con el ancla arrastrando aunque se avanzara menos.
Los empleos adentro del barco empezaron a sufrir. Varios tripulantes perdieron su empleo y buscaron acercarse a la oficial Luisa Alcalde, pero pronto vieron que ella, al igual que varios oficiales, no era escuchada por el capitán. Al perder empleos, la violencia creció en el barco, el robo de recursos entre tripulantes fue el pan de cada día, incluso llegando a matarse entre ellos. La tripulación periodística explotó contra el capitán, le exigió cuentas ante esto. El capitán, molesto por quienes creía sus amigos periodistas, hizo que el oficial Alfonso Durazo les explicaba. El oficial Durazo sabía qué decir para que no se molestara el capitán, sin importar los periodistas, y aseguró que la violencia había disminuido desde que ellos estaban al mando. El capitán, feliz con la respuesta, aseguró que la tripulación de periodistas mentía.
Aseguró el capitán que todo aquél que fuera contrario a lo que él veía, era parte de los que antes habían dirigido el barco, quienes estaban en contra de un progreso justo y que era él y sólo él quien sabía lo que el barco necesitaba y cómo llegar a donde se debía. Para esto, ordenó que todos los trabajadores dieran dinero para seguir con las obras que él quería, por mucho que le decían que las cancelara, entre ellas estaba construir un gran cañón, que incluso lo nombró Cañón Maya, con el único fin de derribar el iceberg que se veía a lo lejos.
La tripulante diputada Dolores Padierna, queriendo quedar bien con el capitán, comentó que había que desaparecer los fideicomisos que había en el barco, incluso el destinado para quienes hacen películas. Los tripulantes dedicados a esto protestaron, la cultura era una de las banderas que ondeaban en el barco, el capitán la enarboló personalmente y ahora parecía que la quitarían.
Finalmente, parece que poco a poco todos se van dando cuenta que sólo el capitán tiene voz para decir qué se debe hacer y qué no. Sólo el capitán puede decidir qué quiere continuar y cómo lo quiere lograr. La única voz que se escucha es la de él y nadie más puede aportar ideas. El capitán Andrés Manuel López Obrador no ve que está emPEÑAdo en repetir errores de anteriores capitanes, incluso del ex capitán Calderón, que tanto odia.
Mientras él sigue de necio, el oficial Marcelo Ebrard aguarda pacientemente para tomar el timón.