Sobre la tangibilidad de la luz

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Fotografía por Manuel Tuda.

Por Palafox, M.

“Existe una tactilidad en lo inmaterial que me parece realmente extraordinaria.”

James Carpenter.

Me atrevo a iniciar con una una cita que me parece imprescindible que esté presente incluso si es de manera remota, ya que manifiesta la esencia de lo intangible. Según la RAE (Real Academia de la lengua Española) la luz se define como el agente físico que hace visible los objetos; si, la vieron tan corta como sosa y de esa misma manera es en la que nos hicieron aplastarla en nuestros pequeños cuadernos, la forma como la hemos transcrito en nuestras paredes y así, sentenciado a la mezquindad.

Hemos de abrir nuestros cuadernos y tachar todo lo que no se le parezca, yo lo he hecho ya hace tiempo y mi pluma incluso quedó hambrienta. Porque, si me pregunta a mí, la luz, es el claro ejemplo de la vida misma, las artes se han sentado a escucharla por décadas. La han cuidado y han enaltecido su belleza, ésta nos modela todos los días su majestuosa figura y se posa en las construcciones más altas diciendo “aquí estoy, para inundaros con un poco de mí”, siempre orgullosa de sí.

Sabemos que la luz desde hace siglos ha sido símbolo universal para lo místico y espiritual, ¿cuándo dejó de serlo? Partiendo de la ciudad Teotihuacán hasta las pirámides de Giza, llegó a ser entendida por muchas civilizaciones. Civilizaciones que se alzaron de acuerdo a los pasos del sol, sus cambios en el tiempo y permanencia eterna no sabían aún nada de él y aun así, entendieron su grandeza. Prueba de ello es el monasterio de Petra, iluminado durante el solsticio de invierno justo en el podio de una deidad; el mundo se mueve alrededor de la luz de muchas maneras.

“…esas luces requieren un tratamiento especial, 

requieren trampas para capturarla sin que nos haga daño

Hay que dosificar las, hay que manipularlas, hay que domesticarlas.» 

Elisa Valero Ramos, La materia intangible.

La arquitectura a lo largo del tiempo ha sido nuestro resguardo del caos y como planta naciente del lugar, debe ser regada con la cantidad adecuada de agua y luz. Muchos la exilian, la olvidan, se cubren aterrados de ella , pero estoy resiliente a la idea de que ésta luz no debe tratarse como intruso, como individuo egoísta, no se le doma, no se le encierra, no se le captura; a esta luz se le deja ser como es. Se le deja andar libre por los pasillos, se le deja tocar nuestros muros, rozar nuestras esquinas y se le guía como a un niño: de la mano. Se le pone límites, se le muestra los lugares donde puede entrar a jugar o bailar y los que deben mantenerse en soliloquio y así, dejándola en su libertad, aprenderá a ser, sin sentirse esclava del capricho.

 “La acumulación de detalles desvirtua los objetos,

los hace menos verdaderos y los hace perder su esencia.”

Ya antes se ha entendido por unos pocos lo que significa el tomar de la mano ésta convicción, artistas como Le Corbusier, Louis Kahn, Luis Barragán, Teodoro González de León, Peter Zumthor, fueron aprendices resilientes de la luz y nos enseñaron a verla pura y sin adornos. A la intemperie de la desnudez, estudiaron sus formas, sus lugares favoritos, su intensidad, sus rabietas, sus ausencias y con todas ellas formaron algunos de los lugares más trascendentales que existen. Algunos gritan su época, mientras que otros se mantienen en solemne silencio, resguardando su atemporalidad, todos con el fin esencial de la materia intangible.