El racismo disfrazado de clasismo en México

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Por Anahí Lima.

Decimos que tenemos que “mejorar la raza” o “trabajar como negro”; cuando nos llaman “indios” o dicen que tenemos el “nopal en la cara”, sabemos que se trata de un insulto. Este tipo de discursos trascienden las palabras y toman principal importancia como una herramienta perpetuadora de los estigmas que se atribuyen al color de la piel. Determinar la existencia del racismo en México no es una cuestión de opiniones, sino de hechos. 

El racismo surge de la construcción equivocada de que existen diferencias raciales entre las personas que determinan la capacidad de sus facultades como seres humanos. La raza, lejos de ser un hecho biológico, es una visión del mundo que por varios siglos fue justificada a través ideologías, religiones, e incluso teorías científicas, ahora invalidadas. Hoy en día sigue determinando la estructura social, nuestra condición política, las oportunidades que tenemos derecho a reclamar o no. En pocas palabras, cubre cada esfera de la vida pública y privada, pero este fenómeno pocas veces es llamado por su nombre. 

“En México no hay racismo, pero sí clasismo”.

Las conductas asociadas al racismo en la sociedad mexicana suelen ser atribuidas a otros tipos de discriminación con el objetivo de aminorar su gravedad. Se dice que el mestizaje en México impidió el desarrollo del racismo, pero no del clasismo. Sin embargo, la concepción de clase social no se refiere únicamente al nivel socioeconómico, cuando describimos a alguien como  “naco” o decimos que “el dinero no asegura la clase” relacionamos una serie de gustos, actitudes y comportamientos culturales a la condición social de la persona. 

América Latina heredó la organización jerárquica poscolonial que consistía en la separación por castas. Mientras más oscuro fuera el color de piel, mayor era la marginación. El filósofo chileno Alejandro Lipschutz denominó esta herencia como pigmentocracia: la organización socio-política por el color de piel y origen étnico, que es reforzada con la existencia de  desigualdad económica. La pigmentocracia es a veces considerada un punto medio entre el racismo y la discriminación; pero lo cierto es que solamente se crece en la tierra fértil del racismo. 

Hablar de clasicismo y pigmentocracia es reafirmar la existencia de la discriminación racial. Aunque utilizar el término “raza” sin la consciencia de que se trata de una construcción social puede ser paradójico, cambiar de nombre las prácticas racistas no eliminará el problema. Existe un patrimonio histórico en nuestra estructura social que no desaparece junto con las palabras. La multiculturalidad requiere un proceso de educación sobre las diferencias entre seres humanos y no solo de tolerancia. El racismo se perpetúa a través del lenguaje y acciones que derivan de sentimientos, muchas veces irracionales, por lo que el reto se vuelve más complejo.

Vislumbrar una sociedad horizontal resulta un trabajo difícil y aquellos actos históricos que alguna vez parecieron revolucionarios hoy se muestran insignificantes, pues se trata de un proceso de deconstrucción y reconstrucción en su totalidad.