Desde niño he tenido cierta afición por conversar con personas mayores que yo. En la actualidad, a menudo me dicen “estás muy joven, tú no viviste…” y en algunos casos es cierto (aunque me he dado a la tarea de investigar), pero en otros, pese a la edad, recuerdo momentos claves que cualquier otra persona de mi generación podría haber pasado desapercibido.
Uno de esos recuerdos, que muchos adultos me achacarían no haber vivido, fue la crisis del error de diciembre de 1994, tenía 5 años. Para entonces yo no comprendía ni diminutamente acerca de economía, pero siempre he sido observador y noté que algo había cambiado. Nací en un hogar de clase media, en casa los ingresos llegaban mediante uno de los últimos peldaños de la burocracia y también por el ejercicio libre de la profesión en la industria privada; no obstante, puedo decir con orgullo que mis raíces están arraigadas aún más profundo, en el campo.
Durante el desarrollo de la crisis económica, cuando paradójicamente podría decirse que (según me explicaron mis padres) teóricamente había trabajo, lo que no había era valor en el dinero, llegó una de mis tías con un despensa vasta traída del campo. Durante mi niñez pude conocer la riqueza no especulada del hogar campesino, una riqueza donde había borregos, vacas, gallinas y unas mazorcas que enamoraban a primera vista. La riqueza en función de la acumulación del dinero era muy menor en comparación con lo que circulaba por los bolsillos de la clase media urbana, pero no faltaban tortillas, huevo, leche, café, manteca, frijoles y carne; esa es la verdadera riqueza de una mesa y fue justamente eso lo que llegó a un hogar de clase media que se encontraba aturdido por el decembrino Efecto Tequila, el de la devaluación de la moneda mexicana.
Fue un poco tarde cuando comprendí medianamente cómo funciona la economía (tengo muchas dudas aún), pero el paso de los años me fue aportando elementos; por ejemplo, el tiempo que pude convivir con mis abuelos me brindó el tesoro de conocer la labor en el campo y valorar con el alma a los agricultores y ganaderos. Casi al tiempo de la partida de mis dos abuelos varones se cocinaba el TLC y según mi memoria, desde el año 2000 las parcelas fueron poco a poco perdiendo la majestuosidad de sus cañas de maíz. Hoy no producen más, tierra quebradiza es todo lo que queda.
Si bien, la clase media en México surgió con el Porfiriato, su momento más pujante vino con el Desarrollo Estabilizador, momento en que duplicó su tamaño y el nivel de ingresos dio a toda una generación la oportunidad de adquirir viviendas, autos, electrodomésticos y un cambio significativo en la alimentación. Los hábitos de consumo se transformaron y con ellos, el mercado laboral, atrayendo hacia las urbes a una gran cantidad de mexicanos provenientes campo, mis padres entre ellos. No obstante, el modelo fue jubilado y poco a poco se pavimentó la ruta hacia el neoliberalismo, cambiando por completo el panorama económico: los ricos se hicieron más ricos, los pobres se hicieron más pobres y la clase media se quedó atrapada en un limbo aspiracional y consumista que, con la recesión económica que acarrea la COVID-19, amenaza con desmoronarse.
El sector más vulnerable dentro de la clase media son los millennials, una generación sobrecalificada para el mercado laboral, con hábitos de consumo insostenibles, privada del derecho al retiro y con precarias condiciones para acceder a seguridad social. En este segmento se ha desenvuelto un arduo debate, sobre todo en los más politizados, acerca de cómo debería reaccionar el gobierno y su plan económico. El escándalo que se ha producido por la negativa del Ejecutivo para rescatar a las grandes empresas y dirigir el presupuesto a fortalecer la programación social, incluso con más interés que en nivelar el terreno para las PyMES deja en claro una cosa, se acabó el ensueño del capitalismo globalista y el país va a pagar carísimo la fantasía.
Algo me consta, los actuales programas no serán suficientes, se necesita una reforma profunda que revitalice al campo, que dinamice a la industria y construya las bases de una economía basada en tecnologías. Pero eso va a tardar mucho, algo que debemos asimilar tanto partidarios como detractores del actual gobierno. ¿Por qué mi énfasis en el campo? Porque México no tuvo una transición adecuada hacia su moderado desarrollo; el campo fue abandonado de golpe, se abrió la puerta a las importaciones de alimentos y se vulneró la canasta básica, que golpeó primero en los productores agropecuarios y ahora en los hervideros urbanos.
Aquella porción de tierra donde mis abuelos tenían para comer hoy es apenas un retrato fantasma de lo que fuera una especie de granja familiar. Hoy no habrá bolsas de mandado rebosantes de despensa traída del campo tocando a la puerta como la hubo en 1995, hoy nos toca padecer lo que los olvidados vienen padeciendo por décadas; la voracidad de un sistema económico anclado en la desigualdad y la tiranía de la plusvalía. El coronavirus vino a desnudar la flaqueza de una nación pos-agrícola que creyó poder insertarse en el mundo pos-industrial sin anticuerpos ni vacunas económicas.
Ahora, ¿quién salvará a la clase media?