Esta es quizás la primera vez que me animo a escribir un texto usando abiertamente la palabra “muerte”, nunca me ha gustado hacerlo porque aunque me niegue a ser supersticiosa sí… lo soy. Y pienso en esas veces en las que cuando una persona muere siempre hay otra que revisa sus últimos tweets, su último post en Facebook o mensaje en whatsapp, la letra de la última canción, el libro, la foto o la película, la última carrera. Y todas esas últimas veces se tornan lo mismo premonición que testamento. La idea de hablar de la muerte y al hacerlo atraerla me aterra, pero estos no son tiempos para temerosos.
Hace unos días y después de mucho tiempo sin viajar por carretera, de camino a la CDMX escuchaba un podcast que hablaba justo sobre la forma en la que el 2020 nos planteaba a todos una nueva idea sobre la muerte susurrándonosla al oído como diciendo: aquí estoy, bastante cerca y no importa quien eres, ni lo mucho o poco que pienses en mí. Casi como aquella -tan icónica- en el Séptimo Sello de Bergman que se sienta a jugar al ajedrez en una partida en la que ambos contrincantes saben de cierto quien lleva las de perder.
Ayer murió a los 91 años Manuel Felguérez uno de los artistas mexicanos de la generación de la ruptura más entrañables, sensible, generoso, deja en su obra un legado grande en tamaño y significado, su trabajo siempre joven e imponente, su obra propositiva. Hoy desperté con la noticia de la muerte de Pau Donés, líder de la banda española Jarabe de Palo, cuyas canciones han acompañado tantas de mis historias, Pau y Don Manuel, se han sumado a una lista ya larga de talentos que hemos visto marcharse este año, dejando tras de sí, su huella.
Asesinaron a Giovanni y George, víctimas de policías, pero por encima de todo, de sistemas fallidos, el 24 de mayo la violencia feminicida en Nayarit, terminó con la vida de Diana a los 21 años. Igual que a ellos a muchos otros, la muerte les ha hecho víctimas de injusticias.
La Covid y las “complicaciones respiratorias”, las “neumonías atípicas”, las enfermedades que “ya tenían” han cobrado la vida de personas cada vez más cercanas a nuestros círculos sociales y familiares. Sí, el 2020 se trata de la muerte.
Al enterarnos de que alguien murió pueden pasar dos cosas: por un lado, se activa un mecanismo de autodefensa que en automático nos hace encontrar lógica al suceso y además asignarle variables que nos excluyan a nosotros: bueno, ya tenía tantos años (muchos más que yo), llevaba mucho tiempo enfermo (yo no lo estoy), andaba metido en cosas que no debía (no es mi caso)… cualquier cosa que nos haga sentir a salvo.
Y también lo contrario, encontrar las casualidades que nos podrían hacer sentir “los próximos”.
Pero ante la muerte, ante la pérdida, sean cuales sean las causas, la constante es la ausencia, ¿cómo la incorporaremos a la nueva normalidad?
Doy la vuelta en Río Tigris para llegar a la oficina, departamentos en renta y venta, negocios cerrados definitivamente, lugares disponibles. Me estaciono donde siempre pero esta vez sin las señas de complicidad, ni la bienvenida en un “¿qué pasó mi Fer?” que muchas veces respondí a medias y entre prisas. Termino de caer en cuenta: en mi círculo ya también hay pérdidas.
La contingencia nos ha hecho cambiar rutinas, fijar nuevas metas y propósitos, nos ha invitado a ser mejores en todos los sentidos posibles, adaptarnos y después cansarnos de adaptarnos, reflexionar y después también darle un descanso a tanta reflexión.
En un año místicamente regido por la luna, científicamente analizado por los especialistas y humanamente enfrentado serán muchas más las despedidas. A lo mejor no le hemos puesto ese nombre pero de cierta forma hemos entrado en modo supervivencia, 2020 se trata en resumen de mantenernos vivos y aquí es donde Darwin y la fe que profesemos se sientan a dialogar.
Quienes se han ido ya, descansen en trascendencia.