Antonio Gaudí, un arquitecto celestial

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Por Arantxa Ramírez. 

“Para hacer las cosas bien es necesario: primero, el amor; segundo, la técnica”, así expresaba Gaudí su búsqueda de la perfección.

Hoy recordamos al artista a 94 años de su deceso. Nació en Catalunya en 1852 y cuando era pequeño enfermó, impidiendo que tomara clases de manera regular. Esto dio paso a que estuviera temporadas muy largas en el campo, observando la vida natural, figuras que se verían reflejadas en su trabajo.

En 1868 cambió de residencia a Barcelona para comenzar sus estudios de arquitectura, se graduó en 1878 y el director de la escuela que lo vio nacer dijo: “Hoy hemos dado el título de arquitecto a un loco o a un genio”. El mundo lo confirmó.

Gaudí dejó un legado que impresiona a cualquier espectador, la genialidad del artista es palpable, su producción artística (es la mejor manera de catalogar su trabajo) lo convirtió en el mayor representante del modernismo y ha dejado su marca en cada obra. 

Vemos que sus estudios del mundo natural están presentes en su trabajo con figuras orgánicas, él decía que: “La originalidad consiste en volver al origen.” Esta sensibilidad formó una amistad fuerte entre el arquitecto y el empresario Eusebi Güell, quien se convirtió en su cliente. Construyó para él las puertas de la finca Güell (1884-1887), la casa Güell (1888), las bodegas Güell (1895-1897), el chalet del Catllaràs (1905) y las dos obras más creativas de su madurez: el Park Güell (1900-1914) y la iglesia de la colonia Güell (1908-1917).

A sus 31 años, recibió el encargo de diseñar La Sagrada Familia y a partir de este momento dedicó su vida al proyecto de la basílica, la síntesis de todos sus estudios, aunque quedó inconclusa. Paralelamente siguió trabajando en otros proyectos como El Capricho (1883-1885), la casa Vicens (1883-1888), la casa Calvet (1898-1899), la casa Batlló (1904-1906), Bellesguard (1900-1909) y la Pedrera (1906-1911).

Conforme fue creciendo, su dedicación a la religión fue aumentando. Gaudí se convirtió en un hombre devoto al trabajo y a su espíritu, decía que deseaba que su muerte fuera en el hospital de beneficencia cristiana, como cualquier otro hombre y su deseo se cumplió.

“Los temores que se tenían respecto a un desenlace funesto en el estado de D. Antonio Gaudí (…) se han confirmado, desgraciadamente”, ese fue el mensaje dado por la ABC. Falleció a los 73 años arrollado por un tranvía, al no reconocerlo lo llevaron al Hospital de la Santa Creu, tres días después se dio a conocer su identidad. Rodeado por sus seres amados dijo su última palabra: Amén. Fue sepultado en la cripta de La Sagrada Familia. 

Mi padre me contó la trágica historia cuando era niña, él decía que Gaudí se encontraba frente a su mayor obra, contaba que el arquitecto dio algunos pasos para atrás para poder observar la basílica por completo y fue ahí cuando sucedió el accidente. Me gusta recordar la historia así, un genio mostrando devoción a su obra. La visión no le era suficiente para la idea ahora puesta en construcción, la grandeza fuera y dentro de él no cabían en este mundo.