“Porque también somos lo que hemos perdido”.
Con esa frase, una dedicatoria para Luciano Mateo, el hijo que Alejandro ‘El Negro’ González Iñárritu – realizador del legendario filme mexicano – perdió en 1996 a causa de una infección respiratoria a pocos días de nacido, termina una de las historias más desgarradoras en la historia el cine.
“Mi hijo murió muy pequeño. Me rebanaba la cabeza tratando de entender a qué había venido ese chiquillo al mundo. Quizá a hacerme madurar a mí. La muerte de mi hijo me ayudó a ver la existencia de forma distinta y me instó a dejar de perder el tiempo”, comentó Iñárritu en una entrevista con el medio XLSemanal.
El dolor que inyectó la pérdida al director mexicano está claramente reflejado en una pieza que no grita más que de angustia y cuando se queda callada, es por luto.
El relato, escrito por Guillermo Arriaga – nominado al premio de la Academia por su guión de Babel (2006), también dirigida por ‘El Negro’ – cuenta la travesía de tres historias en la Ciudad de México, todas conectadas por un terrible accidente automovilístico.
La primera, Octavio y Susana: protagonizado por Gael García Bernal y Vanessa Bauche, presenta a un adolescente enamorado secretamente de su cuñada y peleas de perros que terminan en músculos desgarrados, pero no sólo de los canes. La segunda, Valeria: una supermodelo – personificada por Goya Toledo – que sufre un accidente de coche y queda parapléjica, pero mientras se encuentra recuperándose en su departamento, su perro decide meterse a las tablas del suelo y ahora ella debe salvarlo. La tercera, el Chivo: un ex guerrillero, con el rostro de Emilio Echeverría, que abandona a su hija y deposita su culpa cuidando a un perro herido por una pelea.
La magnífica cinta en manos de Arriaga e Iñárritu, con el ojo y cinematografía de Rodrigo Prieto, alcanzó la nominación en los Premios Óscar a Mejor Película Extranjera; en los Premios Bafta, se llevó el trofeo por la misma categoría así como en los Globos de Oro; en el festival francés de Cannes, arrasó con el Premio de la Crítica Semanal.
La música que acompaña, llena de potencia, está bajo la batuta del compositor argentino Gustavo Santaolalla, de quien no se puede hablar mucho, pues es mejor no ensuciar su grande trabajo con palabras que no alcanzan el cambio.
También reconocemos canciones que se han quedado en la memoria colectiva hispanoamericana, como «Sí señor» de Control Machete; «Lucha de Gigantes» de Nacha Pop; «Coolo» de Illya Kuryaki & The Valderramas; «Me van a matar» de Julieta Venegas»; sin embargo, el corazón se despedaza cuando la voz de Meme – integrante de Café Tacvba, conjunto sateluco con orgullo – entona «Aviéntame» y con su guitarra nos toma de la mano hasta que no quedan lágrimas.
Un cuento que retumbó en el cine nacional hace dos décadas, pero hoy – la violencia, la lujuria, la sangre, el sudor, la tierra, los perros, el tráfico, la desilusión, la agonía, los huevos – sigue vigente en una sociedad que Alejandro González Inárritu retrató fracturada y hoy no se ha enmendado.
“Lo madreador no te quita lo pendejo”, Octavio.