Durante seis temporadas la familia Crawley fue seguida por miradas silentes mientras paseaban en el condado de Yorkshire, disfrutando de un imponente castillo junto a su séquito de sirvientes quienes asentían y se convertían en los más acérrimos confidentes de sus patrones, “como usted diga, Lady Mary”, “en un momento más pulo la vajilla señora Crawley”, “su té está como a usted le gusta, señor”; los televidentes fanáticos de los dramas de época presenciaron desde la comodidad de sus sillones los acontecimientos que marcaron y definieron una época histórica: el hundimiento del Titanic, la Primera Guerra Mundial, el período de entre guerras, el comienzo de la década de 1920…
La popularidad de la serie creada por Julian Fellowes, Downton Abbey, es perceptible en cada detalle de la producción. Los vestuarios, musicalización, paisajes y diálogos van acorde a la época marcada -1912 a 1926- pero sobre todo, el enganche emocional fue inteligentemente colocado en los personajes, desde el primer episodio la audiencia pone sus esperanzas en que los protagonistas acaben enamorándose, el distanciamiento con los sirvientes se acorte y por supuesto, que el abolengo aristocrático se conserve por muchos más años; este último punto supone el final de la serie y una evidente problemática para quienes ostentan títulos nobiliarios.
Para aquellos que no reconozcan la serie, aquí se presenta un brevísimo resumen, puesto que ciertamente vale el tiempo solicitado verla. Bajo el contexto de las grandes familias señoriales británicas que se asentaron en el campo–¿y quién no lo haría? esos campos tienen un aire atemporal encantador- está la familia Crawley compuesta por el conde Robert (Hugh Boneville), la condesa (Elizabeth McGovern) y sus tres hijas, Lady Mary (Michelle Dockery), Lady Edith (Laura Carmichael) y Lady Sybil (Jessica Brown-Findlay), quienes tras enterarse del hundimiento del Titanic ven su fortuna y hogar peligrar al saber que únicamente un hombre podría heredar al morir el conde, en este caso, el primo Matthew (Dan Stevens); a partir de esta premisa se desprenden las historias individuales que persiguen intereses como el matrimonio, mantenimiento de riqueza y alguna que otra intromisión liberal como el movimiento sufragista y la lucha por mejores condiciones sociales para la servidumbre.
Sin embargo, a lo largo de la serie el planteamiento que está detrás quiere mostrar el desenlace de estas familias: el ya anunciado desaparecimiento de este estilo de vida. Porque aunque el público pueda fantasear con estos lujos y romantice con este status, lo cierto es que las líneas aristocráticas ya no son ni pueden ser sostenibles en la actualidad; Downton Abbey concluye con esta incertidumbre, ¿podrán los Crawley vivir eternamente en su palacio mientras ofrecen banquetes extraordinarios a los antiguos condes, duques y reyes de su nación?, ¿tendrá sentido aferrarse a un estilo que la mayoría desaprueba mientras se pretende instalar políticas más liberales e igualitarias?
Estos cuestionamientos aunque no se resuelven del todo en la serie televisiva –ni en la horrenda película que lanzaron al mercado en el 2019- dejan un sinsabor en los fanáticos, claro que han generado un vínculo afectivo y desean que la familia permanezca en su posición indefinidamente, pero trasladado al plano de la realidad es un absurdo querer y desear mantener un sistema desigual, cuando parte de la población mundial se las arregla no por vivir, pero sobrevivir.
Hasta este punto del artículo, se puede hacer conexiones con otra familia cuyas similitudes con la ficticia no asombran pero sí incomodan: los Windsor.
Tras la caída de las colonias y los movimientos sociales que arrastraron consigo, gran parte de los países que ostentaban tener regímenes monárquicos acabaron por sucumbir, esto no significa que lo cambios económicos y políticos fueron en mejoría, pero por lo menos el culto al derecho divino terminó; aunque en la actualidad aún existen países que acobijan estas maniobras caducas, siendo una de las principales Inglaterra.
La línea de los Windsor puede rastrearse desde 1917 y aunque es interesante el historicismo detrás, los ingleses cargan todavía con unas maletas pesadas donde los tabloides publican incesantemente cada uno de los movimientos de esta familia: cómo vistieron, qué dijeron, ¿hubo algún descuido?, ¡cuidado se pronostica otra pelea entre Kate y Meghan!
El argumento más utilizado para justificar su permanencia está en el turismo, los seguidores reales creen encontrar en ellos la resolución a los problemas económicos mediante la venta de artículos conmemorativos, la venta de primicias o las ganancias que cada boda real significan para el pueblo inglés, ¿pero será aún válida esta lógica?
Los países que tuvieron presencia monárquica se las arreglan bastante bien para subsistir de un turismo basado en castillos deshabitados, museos con las antiguas posesiones de sus reinados y tours con historias de los que alguna vez aconteció.
¡Pero…ellos son royals más cercanos al pueblo!
Los bautizados como los “fabulosos cuatro”, Kate, William, Meghan y Harry, se han establecido como la apuesta segura por algunos sectores “flexibles”. Dijeron y proclamaron querer estar acorde a los tiempos: aceptaron que se uniera a la familia una actriz estadounidense divorciada y afroamericana al muy estilo de Wallis Simpson, quien inmediatamente fue el blanco de ataques por su tez y procedencia, dando comienzo a las apuestas por conocer si su hijo sería o no de su color, ¿no que muy open-minded?
Pero no es apropiado que el tema central se desvíe, tras estos intentos por reformar lo irreformable, entró a la conversación el Brexit y con la ya formal salida del Reino Unido de la Unión Europea los conflictos entre la población joven y la adulta en la nación se exacerbó; el conservadurismo y la lucha por retomar “las riendas” generó un descontento entre aquellos que apenas se están incorporando al mercado laboral y quienes en pancartas escribían “Se han robado nuestro futuro”.
En esta conversación de economías volátiles, el retorno hacia el nacionalismo radical peligra en el ambiente y ¿qué mejor manera de promoverlo mediante algún recuerdo histórico familiar al pueblo como la realeza?
Aquellas aspiraciones por tener una barrera clara y concisa entre personas sigue más presente que nunca, hay quienes aún exclaman sentirse orgullosos de servir a su rey o reina –aunque este sostenga su poder ficticio con siglos de atraso social- y las apariciones públicas a obras de caridad, cortar el listón en inauguraciones u organizar eventos no son actividades laborales necesarias o requeridas en los tiempos que se viven; el empuje de revistas con la socialite en primera plana mientras se hace un recuento minucioso sobre saludos, encuentros y sonrisas son actos superfluos que bien podrían pasar inadvertidos.
La verdadera cuestión no es si Kate y William merecen heredar por su carisma y juventud, o si Meghan y Harry inician una “aventura” tratando de descifrar cómo pagar impuestos, pero el cuándo del declive que ya fue ficcional y que algunos esperan se traslade de la pantalla a lo real. Es completamente verdadero que existió un espacio en el cual las coronas eran etiqueta imprescindible en la cena y los títulos hablaban por el legado familiar, pero ahora es el momento que los grandes señoríos guarden sus vajillas y manden a descansar a sus sabuesos, porque tal y como lo dijeron en Downton Abbey: ¿cuánto tiempo más nos quedará a todas esas familias que una por una, ya van desapareciendo?
Un lugar apropiado para rememorar ensoñaciones de superioridad, puede ser viendo The Crown en Netflix y recordando aquellas ¡épocas que ya se esfumaron!
https://www.youtube.com/watch?v=Tnfhv0Cja9E
Este artículo no fue patrocinado en ninguna manera por los Sex Pistols.