Adentrarse al mundo de Coppola es querer comprender un imaginario prácticamente femenino, no sólo verlo desde el exterior pero interiorizar cada una de las imágenes que nos presenta. La cineasta –considero- se vuelve fundamental en estos días de desasosiego e incertidumbre, pesan inmensamente sus diálogos y la minuciosa composición de sus escenas: su cinematografía no es apta para aquellos temerosos del inconsciente humano.
Desde su debut, su marca distintiva la acompaña. Coppola es una mezcla entre sus raíces italianas, una cosmovisión de género, música de rock alternativa y sentimientos que estallan; en 1998 –años después de descubrir que su vocación no era la actuación– comienza su lenguaje cinematográfico con el cortometraje Lick the Star, iniciando así el camino hacia las historias de relaciones íntimas –ya sea de amistad, en pareja, familiares o consigo mismo- plagadas por las ensoñaciones en tonalidades pastel y un análisis sobre la complejidad de coexistir con los fantasmas del pasado o aquellos que invaden el futuro.
Bajo la luz de esta “nueva normalidad” que invade a cada uno de los rincones del mundo, la mujer moderna de Coppola lidia, a su manera, interactúa con su entorno y aprende de éste. Las protagonistas, son mujeres que juegan con su femineidad y aprenden-desaprenden a ser mujeres, para ellas el cuerpo femenino en ocasiones es un aprisionamiento hasta que consiguen liberarse de las ataduras convencionales. Y es que, ninguna de las mujeres que inspiran su cine, son arquetipos mudos o pasivos pero la construcción de una figura que hace las paces con su existencia y construye su devenir.
El estado-tiempo en el que cada una de ellas se encuentra, pareciera no hacerles justicia y constantemente sienten que no encajan con su realidad; no son ellas las víctimas del cronotopo, pero su imaginación permite construir nuevos lugares mentales en los que habitan.
En ocasiones la cinematografía ha sido duramente criticada por plantear realidades donde sólo conviven mujeres jóvenes, cuya voz es expresada, algunas veces, por lo material o la cultura que consumen; pero esta materialización de sentimientos les permite tener un mayor dominio de su poder interno, así como expresar deseos reprimidos. Coppola, constantemente juega con el plano estético que apoya tramas originales o basadas en novelas, pasando desde Las vírgenes suicidas (1999), María Antonieta (2006), Lost in Translation (2003), The Bling Ring (2013) hasta The Beguiled (2017); cintas que desmantelan y reconstruyen el espacio privado.
Es en el cine coppoliano donde la intimidad y lugares mayoritariamente cerrados hacen girar la trama, volviéndose indispensable revisar dos obras de la cineasta: Perdidos en Tokio y El seductor.
En la primera, se tiene a dos protagonistas en un país extranjero. Bob (Bill Murray) –un actor contratado para filmar una serie de comerciales – y Charlotte (Scarlett Johansson) –una recién graduada de Filosofía que acompaña a su esposo- componiendo a dos completos desconocidos que coincidentemente se hospedan en el mismo hotel de Tokyo. Ninguno habla japonés, pero la barrera lingüística va más allá de lo que se expresa con palabras: se encuentran distantes del mundo que les rodea.
Antes de conocerse, experimentan sensaciones de melancolía y no pueden adaptarse a lo que está fuera de la ventana de su habitación; individualmente asisten a compromisos de trabajo, cenas con amigos, caminan en calles abarrotadas, acuden a templos… pero la ausencia de identidad se transforma cuando estos seres solitarios se conocen y en la privacidad de la habitación –su mundo interno- descubren que las pláticas, ver películas mientras beben sake, los conecta más allá de lo que la vida nocturna puede.
Terminan comprendiéndose, a la par que la cámara de Coppola sigue sus gestos y miradas a través de la interacción con los objetos. Y en estos momentos, donde vemos la vida pública desarrollarse a través de lo que alcanza a comprender nuestra mirada en las noticias o asomándonos hacia la calle, que podríamos sentirnos como en un filme de la directora, desconcertados con respecto a los acontecimientos que nos inundan diariamente pero más que nunca ligados a nuestro mundo secreto interior.
O tal vez, nuestro caso se asemeje más al de la película El seductor (2017), donde un grupo de mujeres viven la Guerra de Secesión recluidas tras las paredes de una escuela de señoritas. Las noticias que reciben de la barbarie del exterior son escasas, pero ante la presencia de un soldado herido, su mundo se ve trastornado y la tranquilidad interrumpida; esta cinta – que por cierto, está disponible en Netflix – ahonda en la construcción del entorno femenino y también en la interrupción de la paz doméstica por un agente externo.
Sin embargo, aunque las dinámicas se ven modificadas, el grupo de mujeres de edades diversas reconocen que ante los cambios drásticos del conflicto militar, la residencia es el mejor lugar para estar y conformar una comunidad de apoyo. ¿Será acaso que la comunidad particular y confinada que estamos adoptando como método de protección, podrá ser nuestra única arma contra un mundo que no cesa de cambiar?
Sin darnos cuenta, el privilegio del que gozamos y que gozan paradójicamente las protagonistas del mundo coppoliano, nos enfrenta con nuestros pensamientos y ha reconstruido nuestro sentir y entendimiento que antaño conocíamos. Tendremos, como en su cine, que encontrar nuevas formas de comunicación humana comenzando por nosotros: la intimidad ya sobrepasa al exterior.