Uziel Medina
Andrés Manuel López Obrador ha anunciado su vista a Estados Unidos el próximo 1 de julio con motivos del arranque del T-MEC, la polémica reestructuración del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, además de, en palabras del Presidente mexicano, agradecer al Presidente Trump por su colaboración para la adquisición de instrumental médico para el tratamiento de la Covid-19.
Aunque la visita ya se había comentado con antelación, con la idea de agradecer a los mandatarios estadounidense y canadiense, la opinión pública no le había prestado atención hasta que se hizo oficial y, con ello, ha despertado los temores de un agravio a la investidura presidencial mexicana (como si no fuera habitual en casa) por parte del inquilino de la Casa Blanca.
Que Obrador visite Estados Unidos no es cosa menor, sobre todo en vísperas de la celebración de la Independencia de la nación yanqui y en medio del embate del SARS CoV2 que ha dejado muy afectados a los estadounidenses. El primer viaje internacional del Presidente mexicano se prepara en medio de una compleja multidimensionalidad geopolítica que ha sido muy bien manejada por el canciller mexicano Marcelo Ebrard, quien a base de resultados se está ganando la puesta de la alfombra roja hacia Palacio Nacional.
Comencemos: México resolvió las presiones trumpistas sobre el asunto migratorio mostrando músculo mediante el despliegue de la Guardia Nacional en la Frontera Sur, pero también de estrategia económica al implementar en Centroamérica una extensión de los programas “Sembrando Vida” y “Jóvenes Construyendo el Futuro”, un tema infravalorado al interior pero de gran significado regional. Entre las políticas de desarrollo económico de la administración Obradorista destacan tres proyectos centrales que son el Tren Maya, el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec y la Refinería de Dos Bocas, que pretenden vitalizar la economía del Sur-sureste a través de un fuerte apalancamiento comercial, esto aderezado con los problemas de sequía en el Canal de Panamá.
Adicionalmente, México se ha asestado algunos triunfos geopolíticos, tales como el copatrocinio a la propuesta de AMLO ante el G20 de que sea la ONU quien vigile la comercialización de insumos y vacunas contra la Covid-19, la disminución en 100mil barriles de petróleo diarios y no 400mil en la OPEP+ (el resto absorbido por EEUU) y la obetención de un escaño en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Como cereza del pastel, Donald Trump se encuentra rodeado por tres frentes de batalla regional; 1.- El habitual desorden político de Sudamérica sazonado con un contraproducente litio-golpe en Bolivia y el intento fallido para derrocar al régimen de Nicolás Maduro, 2.- La guerra comercial con China que ha subido de tono con las acusaciones sobre el origen del nuevo coronavirus, y 3.- Unas elecciones que se antojan aún más polarizadas desde el asesinato de George Floyd.
Todo lo anterior ha significado un campo perfecto para cultivar una nueva era de la diplomacia mexicana con alcances nunca antes previstos. Tan solo en medio de la guerra comercial EEUU vs China, México se benefició de insumos de ambos países para atender la pandemia sin sufrir amenazas de bloqueo y en su lugar, se emitieron agradecimientos públicos a los mandatarios de ambos países, incluso hasta se avista un posible tratado comercial con China, con lo que México podría convertirse en el interlocutor dentro del conflicto de las dos potencias económicas.
En lo electoral, AMLO tiene gran aceptación entre los latinos en Estados Unidos, lo que le puede sumar votos a Trump si este decide bajar el tono de la retórica xenófoba e incluso dar un golpe de timón contra la administración Obama y salpicar a Joe Biden con el narcoescándalo de Genaro García Luna y la responsabilidad de Felipe Calderón y Barack Obama sobre el operativo “Rápido y Furioso”, quienes se convertirían en los verdaderos responsables de la exportación de “bad hombres” a Estados Unidos.
Respecto a la inestabilidad política sudamericana, México se ha convertido en un candado perfecto; cuando Sudamérica se vuelca a la izquierda, México se ha inclinado a la derecha y viceversa, garantizando un espacio de control del traspatio yanqui.
Los proyectos de infraestructura en el Sur-sureste de México se convierten en el ancla perfecta para la integración de Centroamérica al espacio vital de Norteamérica, con lo que se puede resucitar el soñado Plan Puebla Panamá, dinamizando la economía de la región, un aspecto de suma trascendencia considerando que México forma parte junto a Rusia, China, Brasil, India, Indonesia y Turquía, el grupo de las siete economías emergentes (E7) que podrían desplazar al G7.
El encuentro entre AMLO y Trump tiene el potencial de ser la locomotora que arrastre el tren de la transformación hacia la coronación de México como una de las nuevas potencias económicas y un referente geopolítico en la era post-covid, lo cual depende en gran medida de que El Aprendiz repita su hazaña en las urnas. De ser así, de resultar productivo el encuentro y sus respectivos derivados, preparémonos para ver en 2024 una sucesión al puro estilo del GDF en 2006.