Uziel Medina
El Reinado del Terror. Así fue llamado el periodo de la Revolución Francesa que en medio de una transición accidentada, tanto en lo económico como en lo social, para reivindicar la revolución y el orden liberal democrático, terminó guillotinando a decenas de miles de personas entre 1793 y 1794.
Los principios de libertad, igualdad y fraternidad se vieron opacados por el descontrol y una especie de terrorismo de estado al mando de Maximilien Robespeirre y las hordas jacobinas que emprendieron una cacería contra los opositores, precipitándole a la impopularidad; el decapitador terminó decapitado.
Las declaraciones de Emilio Lozoya han sido una auténtica caja de pandora, dejó atrás la confesión de lo obvio para el imaginario colectivo y ha desencadenado una onda expansiva más allá del gabinete de Peña Nieto. La implicación de los expresidentes Salinas, Calderón y Peña Nieto; los ex candidatos presidenciales Meade y Anaya; los ex secretarios de Hacienda Videgaray y Cordero; además de ex senadores panistas entre los que figuran los actuales gobernadores de Querétaro y Tamaulipas, los panchos Domínguez y Cabeza de Vaca, acentúan la idea de un amasiato llamado PRIAN.
Aparentemente independiente al caso, Loret de Mola, crítico del Presidente y consentido de Calderón (al menos en Twitter) publicó un video en el que se involucra a Pío López Obrador (hermano de AMLO) y David León en un presunto manejo ilícito de recursos para MORENA, situación que el PAN no ha tardado en capitalizar, muy al estilo del famosísimo Bejaranazo.
Lo que a ojo de los conocedores del sistema habría parecido una simple cuota justiciera contra el sexenio anterior (La Quina, Raúl Salinas, Elba Esther, Rosario), ahora es una bisagra que pondrá a prueba a la 4T y el discurso anticorrupción donde ya no hay vuelta atrás. El discurso de Obrador sobre llamar a consulta para enjuiciar a expresidentes ya no tiene pretextos de corrección política, se hace cada vez más real y la ciudadanía lo empieza a exigir como prueba de coherencia, lo que llevará a la administración obradorista a cruzar el Rubicón.
No es gratuito que el pueblo quiera ver correr la sangre de sus verdugos en el Coliseo judicial, hay una genuina sed de justicia que no se sacia únicamente con buenos deseos y discursos de reconciliación, son sumamente necesarios los castigos ejemplares como símbolo de cambio, con fuertes incentivos para abandonar la corrupción. El problema es que en las entrañas del sistema, el que no se embarra, se salpica y los actores podrían caer en un efecto dominó que no ha de reconocer entre amigos y enemigos, ni tampoco discriminaría entre partidos.
La historia de la combi nos muestra un país en el límite de la justicia y el ajusticiamiento, donde el reclamo del pueblo no hará acepción de personas y que podría desatar una ola de vendetas que hagan más complejo el dilema del prisionero. Se aleja el borrón y cuenta nueva y está más cercana la demanda de castigo a los corruptos que, como en aquellos tiempos de la Revolución Francesa, dejaría un cortadero de cabezas a diestra y siniestra.
Robespierre no estaba equivocado al decir que “el terror, sin virtud, es desastroso. La virtud, sin terror, es impotente.” La pregunta obligada es ¿El sistema está listo?